Monday 4 November 2013

Las 24 horas. Capítulo Tres (segunda parte): Casa de familia, ruido y soledad


El domingo de pascuas había llegado. Desde el jueves el paso de familiares, conocidos y amigos había sido incesante en la casa de los Alva. Todos estaban cansados, pero todos aun mantenían la incólume presencia. Ninguno quería ser el primero en desertar, en mostrar debilidad. Ese día la casa trajo consigo movimiento y ruido desde temprano. Los creyentes preparándose desde temprano para ir a la iglesia local. Los no creyentes, también iban por la sola idea de vestirse de fiesta y compararse con lo mejor que tenían con la sociedad del poblado y miembros de una parentela que veían rara vez pero que entendían debían impresionar. Daniel fue con ellos y volvió con ellos también. No emitió sonido ni demostró interés en hacerlo.

De nuevo en la casa el almuerzo fue más grande y espectacular que el de días anteriores. Platos y platillos de variedades interminables. Vacunos, porcinos, ovinos se repartían en jugosos pedazos junto con ensaladas de todo tipo y bebidas de colores varios. La comilona siguió por horas. El bullicio y las corridas entre las mesas tanto de adultos como de niños era fenomenal—y cansador. Daniel se retiró al cuarto luego del primer plato.

A media tarde cuando los estómagos estaban a reventar algunos decidieron levantar campamento ya que debían viajar por horas en tren o por carretera para empezar la cotidianeidad de sus vidas al día siguiente. La familia y las visitas que quedaban habían salido hacía un rato a congraciarse con los vecinos. El no gustó nunca de esa actitud que, por otra parte, consideraba totalmente hipócrita. ¿Cómo desear felicidad o prosperidad a alguien cuando durante todo el año había sido un enemigo acérrimo, la más vil de las personas, la comidilla del almuerzo? Simplemente no iba con su modo de ser. Y pese a su edad, la firmeza en las convicciones lo mantenía en posición.

Se encontró solo en la casa que hasta hacía unos instantes era un alboroto de voces, risas, ruidos, y demás tumulto sonoro. Al principio, sintió alivio. Pero le duró poco. Minutos después realmente se vio solo, se sintió solo, verdaderamente solo. Empezó a mirar hacia los costados, caminó de habitación en habitación, de abajo hacia arriba, y de arriba hacia abajo. La sensación de soledad dio lugar a inquietud. Otras sensaciones se sucedieron, se mezclaron, desde leve molestia hasta tristeza y algo de vacío. Comenzó a confundirse. ¿Por qué se encontraba en ese estado? No lo entendía. No se entendía.

Quizá salir a la puerta de calle, ir por su familia. No se animó. Prefirió la seguridad de la casa, de lo conocido. Sin embargo, se ahogaba entre nervios y pensamientos que no llegaba a conciliar. Vio el teléfono. ¿A quién llamar? ¿Amigos? ¿Compañeros? No! Imagínense, ¿Qué les iba a decir? Y fue entonces cuando tomó un periódico, lo escrutó ya que recordó haber visto un aviso… encontró el número. Un servicio gratuito de llamadas anónimas a gente anónima para conocer desconocidos. Se sintió más tranquilo.

Fue hacia las ventanas que daban a la calle para asegurarse que los parientes no anduvieran cerca. Lo comprobó varias veces. Dirigió sus pasos hacia la siguiente habitación. Tomó teléfono y marcó el número. Luego de una serie de intentos, y de seguir instrucciones en la elección de opciones, grabó un mensaje en el que indicó nombre y dio una muy breve descripción. Instantes después, allí estaba escuchando voces y mensajes de desconocidos.

Algunos se presentaban describiendo personalidades de lo más floridas y otros, las más aburridas; qué buscaban en otros; características físicas; algunos otros iban más allá aun en el detalle  y daban cuenta de sus dotes en términos genitales. Las edades oscilaban entre grandes extremos, desde casi adolescentes hasta gente que podrían ser—pensó—sus abuelos.

La incertidumbre, el morbo, la duda o inquietud, algo de eso o todo junto lo llevó a seguir escuchando. Un primer mensaje le llega y no sabe qué hacer. Lo escucha: “Hola, lindo perfil ¿querés que hablemos?”—la otra voz inquiere sin mucho preámbulo. No se da cuenta, elige una de las opciones que el menú posterior al mensaje le ofrece y lo ignora. Los nervios lo dejan quieto, inmóvil, con el tubo del teléfono al oído y la mirada fija en la nada.

Otra presentación le llama la atención. Elige dejar un mensaje breve de salutación—“Hola, ¿Cómo estás?—Espera, sin respuesta. Los mensajes se repiten luego de escuchar unos diez o doce de ellos. Cada tanto, algún nuevo integrante se une. Daniel entra en una especie de euforia y pasa de uno a otro casi sin escucharlos. Empieza a enviar saludos indiscriminadamente. Lo que al comienzo era temor, ahora se había enmascarado en necesidad. Lo extraño es que cuando le contestaban, elegía la opción de ignorar responder a los posibles interlocutores sin excepción. Era como llegar al precipicio a cometer suicidio, correr para aventarse al vacío y detenerse a metros de lograrlo. La sangre le bullía en las venas, sentía el rostro ardiendo. El pecho latía por entero.

No supo cuánto tiempo pasó pero estaba tan inmerso en esta actividad que olvidó completamente ir a las ventanas y comprobar que la familia aun estuviera dando vueltas por el barrio. Olvidó todo. Estaba entregado a la realidad de conversaciones por empezar que sabía bien nunca iban a darse. Tan absorto y entregado a esa realidad estaba que no escucho cuando la puerta de entrada se abrió. Por suerte, uno de sus primos pequeños llego dando trancazos a la habitación anterior a la que se encontraba e hizo trizas de un golpe uno de los floreros. Con el estallido Daniel volvió en sí y terminó la empresa de un fuerte golpe contra el aparato de teléfono. Media vuelta, se incorporó y dirigió a recibir con una amplia sonrisa a los familiares que volvían. EL rostro rojizo de tensión y la frente empapada de sudor. Estaban todos tan excitados que no prestaron atención. Aprovechó la desidia de los demás y se escabulló en segundos para encerrarse en su habitación.

Era la primera vez que se aventuraba fuera de las fronteras de la casa, la familia, la escuela, los principios y lo conocido. Estaba asustado. Estaba aturdido. La confusión era su estado. Pero se sentía como hace tiempo no lo hacía. Excitación e incertidumbre se mezclaban. Tenía miedo pero sabía que iría por más. Que había más y quería más.

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