Monday 25 November 2013

Las 24 horas. Capítulo Seis: Desencuentros


Pasó el fin de semana exaltado. Pero la exaltación le duraría eso, un fin de semana, ese fin de semana. El domingo el llamado diario no se hizo. Lunes y martes, tampoco. Para el miércoles Daniel estaba desesperado— ¿Llamo? ¿Sigo esperando? Ese día decidió no ir a la Universidad. Se quedó en la cama hasta el mediodía; casi no había pegado un ojo. Desde la cama miraba el teléfono y nada. Se levantaba, iba hacia la cocina por agua o al baño o simplemente a estirar las piernas, volvía a mirar el teléfono y nada.

Se levantó a las 12 exactamente. No se duchó ni se lavó siquiera la cara; no desayunó. Se sentó en el piso del living-comedor, con la espalda contra la pared, justo al lado del ventanal que daba al fondo de la habitación, de cara al edificio de enfrente. Sumergió la cabeza entre las rodillas y puso las manos encima de la nuca, como protegiéndose—o escondiéndose. Estaba llorando.

Al rato secó las lágrimas con los puños de la camisa que vestía desde el lunes, secó la nariz, se incorporó y dirigió los pasos hacia el teléfono. Marcó el número. Había tono…llamaba…una, dos, tres veces…no atendían. Cortó y marcó inmediatamente el mismo número… Una voz desconocida—Hola, ¿Quién es?—No es Pablo, pensó. Se estremeció, el pensamiento de le enturbió; no respondió. Atinó solamente a terminar la comunicación sin pensarlo dos veces incrustando el tubo en el aparato. Volvió sobre sus pasos en dirección al lugar que ocupara antes; se detuvo. Algo lo arrastró nuevamente hacia el teléfono. Llamó… La misma voz contesta—Hola, ¿Quién es?—Se presentó con el nombre a secas y preguntó sin más preámbulo por Pablo. No estaba; de hecho no había vuelto a la casa desde el domingo y no era sabido cuando volvería. Agradeció la información y, sin esperar a despedirse, terminó la charla.

Ahora sí volvió sobre sus pasos hasta la pared y se sentó en la misma posición que antes, con la mirada perdida. No pensaba; no entendía. Estaba presente pero a la vez ausente. Era y no era. Comenzó a hacerse preguntas y a contestarlas mentalmente, en silencio. Aquel silencio que fuera su compañero en San Miguel, que lo era ahora en Buenos Aires y que lo volvería ser durante toda la vida sin importar la geografía. Es que, como comprendería no obstante cambiemos aquello de está afuera, más allá de quien somos, más allá de nuestro ser siendo es exactamente este ser siendo el que será constante como así también nuestros puntos fuertes y miedos y debilidades. Solamente haciendo algo al respecto, observando el ser siendo que somos es que aquello que no somos, el afuera acompañará el cambio.

 

Las preguntas eran varias. Las respuestas, también. Iba y venía de una idea a otra en una sucesión interminable. Se contestaba, se respondía, para luego refutarse y preguntarse una y otra vez. Argumentos y contraargumentos. Sin embargo, pese a la miríada de pensamientos, uno era el constante, el centras: ¿Estar solo o estar con alguien? “La soledad me matará” reza la canción. Y sin embargo, este muchacho no estaba muerto cuando estaba (se sentía) solo. Y no me refiero al extremo de estar reducido a cenizas o unos metros bajo tierra o en alguna caja. Era feliz, se puede decir al menos contento, ocupaba espacios y tiempos pensando mucho pero nunca abatido (a excepción de raras o contadas ocasiones en las que sentía el entorno en contra). Compartía risas, alegrías y tristezas con aquellos a quienes quería y lo querían; incluso con extraños.

Hoy (o ayer o el día anterior) había conocido a alguien… debería ser FELIZ. Mas, ese día no solo no era feliz, ni siquiera sentía su presencia. Desde el momento en que se conocieron se encontraba a diario ensimismado pensando en esa persona, planteándose hipotéticas situaciones (algunas mejores que otras, pero ninguna grata). Esperando un  llamado que nunca llegaba (a esta altura sabía que no llegaría).

Era claro que había conocido a alguien hace meses a través del teléfono y que finalmente, luego de varias posposiciones, se habían conocido en persona. Si tenía en cuenta el proceder de la otra persona antes de aquel encuentro real, era obvio que verse en una segunda oportunidad no iba a ser tan fácil. ¿Qué me hace esperar? —Era el planteo que aparecía cada vez más seguido la mente atiborrada de imaginarios eventos. Si veía, observaba y vivía cada día con una sensación de malestar o confusión que antes no existía, al menos no de la misma forma, ¿para qué continuar?—se decía. La vida es para ser vivida y ser feliz: ¿de dónde salió que hubiera que hacerlo con alguien para lograrlo? Era un convencido que todo aquello que nos proponemos puede lograrse por el propio esfuerzo. ¿Y esto? Esta relación que primero no tenía etiqueta definida (amigos o algo más; real o virtual; imaginada o vivida); que no avanzaba, que se estancaba; que no era porque, quizá, tampoco había sido. Allí justamente estaba la cuestión: no era una decisión ni debería haber sido un esfuerzo individual. En una relación del tipo que fuere existen al menos dos sujetos que deberían trabajar, en mayor o menor medida, para la consecución de un fin común—le dictaba algo la lógica y más el sentido común. Al menos, ese es el principio de cualquier sociedad o grupo humano—había aprendido y repetido hasta el hartazgo en la Universidad. En una sociedad mínima de dos sujetos, si uno de ellos no suma y/o aporta la colaboración que le toca, nos encontraremos de seguro en poco tiempo con que el restante individuo desarrollará todas o la mayoría de las tareas—continuaba reflexionando. En un plazo mayor, cansancio y agotamiento de seguro sobrevendrán, sumados a un posible desdén que incluso podría engendrar rechazo hacia el otro.

¿Puede remediarse? No lo sabía. No tenía respuesta. ¿Vale la pena intentarlo? Para no contestar en términos absolutos, prefería en esta oportunidad dejar el interrogante sin respuesta (aunque la conocía bien). Quizá, tal vez la pregunta debería haber sido otra: — ¿estar con ESE alguien o estar solo? La respuesta intuitiva que se le ocurría es que no podía estar con cualquier alguien. Respecto de ESE alguien, no lo sabía, no lo entendía… o mejor, no quería saberlo, no quería entenderlo…

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