Pasó el fin de semana exaltado. Pero la exaltación
le duraría eso, un fin de semana, ese fin de semana. El domingo el llamado
diario no se hizo. Lunes y martes, tampoco. Para el miércoles Daniel estaba
desesperado— ¿Llamo? ¿Sigo esperando? Ese día decidió no ir a la Universidad. Se
quedó en la cama hasta el mediodía; casi no había pegado un ojo. Desde la cama
miraba el teléfono y nada. Se levantaba, iba hacia la cocina por agua o al baño
o simplemente a estirar las piernas, volvía a mirar el teléfono y nada.
Se levantó a las 12 exactamente. No se duchó
ni se lavó siquiera la cara; no desayunó. Se sentó en el piso del
living-comedor, con la espalda contra la pared, justo al lado del ventanal que
daba al fondo de la habitación, de cara al edificio de enfrente. Sumergió la
cabeza entre las rodillas y puso las manos encima de la nuca, como protegiéndose—o
escondiéndose. Estaba llorando.
Al rato secó las lágrimas con los puños
de la camisa que vestía desde el lunes, secó la nariz, se incorporó y dirigió
los pasos hacia el teléfono. Marcó el número. Había tono…llamaba…una, dos, tres
veces…no atendían. Cortó y marcó inmediatamente el mismo número… Una voz
desconocida—Hola, ¿Quién es?—No es Pablo, pensó. Se estremeció, el pensamiento
de le enturbió; no respondió. Atinó solamente a terminar la comunicación sin
pensarlo dos veces incrustando el tubo en el aparato. Volvió sobre sus pasos en
dirección al lugar que ocupara antes; se detuvo. Algo lo arrastró nuevamente
hacia el teléfono. Llamó… La misma voz contesta—Hola, ¿Quién es?—Se presentó con
el nombre a secas y preguntó sin más preámbulo por Pablo. No estaba; de hecho
no había vuelto a la casa desde el domingo y no era sabido cuando volvería. Agradeció
la información y, sin esperar a despedirse, terminó la charla.
Ahora sí volvió sobre sus pasos hasta la
pared y se sentó en la misma posición que antes, con la mirada perdida. No pensaba;
no entendía. Estaba presente pero a la vez ausente. Era y no era. Comenzó a
hacerse preguntas y a contestarlas mentalmente, en silencio. Aquel silencio que
fuera su compañero en San Miguel, que lo era ahora en Buenos Aires y que lo
volvería ser durante toda la vida sin importar la geografía. Es que, como comprendería
no obstante cambiemos aquello de está afuera, más allá de quien somos, más allá
de nuestro ser siendo es exactamente este ser siendo el que será constante como
así también nuestros puntos fuertes y miedos y debilidades. Solamente haciendo
algo al respecto, observando el ser siendo que somos es que aquello que no
somos, el afuera acompañará el cambio.
Las preguntas eran varias. Las respuestas,
también. Iba y venía de una idea a otra en una sucesión interminable. Se contestaba,
se respondía, para luego refutarse y preguntarse una y otra vez. Argumentos y
contraargumentos. Sin embargo, pese a la miríada de pensamientos, uno era el
constante, el centras: ¿Estar solo o estar con alguien? “La soledad me matará”
reza la canción. Y sin embargo, este muchacho no estaba muerto cuando estaba (se
sentía) solo. Y no me refiero al extremo de estar reducido a cenizas o unos
metros bajo tierra o en alguna caja. Era feliz, se puede decir al menos
contento, ocupaba espacios y tiempos pensando mucho pero nunca abatido (a excepción
de raras o contadas ocasiones en las que sentía el entorno en contra). Compartía
risas, alegrías y tristezas con aquellos a quienes quería y lo querían; incluso
con extraños.
Hoy (o ayer o el día anterior) había conocido
a alguien… debería ser FELIZ. Mas, ese día no solo no era feliz, ni siquiera sentía
su presencia. Desde el momento en que se conocieron se encontraba a diario
ensimismado pensando en esa persona, planteándose hipotéticas situaciones
(algunas mejores que otras, pero ninguna grata). Esperando un llamado que nunca llegaba (a esta altura sabía
que no llegaría).
Era claro que había conocido a alguien
hace meses a través del teléfono y que finalmente, luego de varias
posposiciones, se habían conocido en persona. Si tenía en cuenta el proceder de
la otra persona antes de aquel encuentro real, era obvio que verse en una
segunda oportunidad no iba a ser tan fácil. ¿Qué me hace esperar? —Era el
planteo que aparecía cada vez más seguido la mente atiborrada de imaginarios
eventos. Si veía, observaba y vivía cada día con una sensación de malestar o confusión
que antes no existía, al menos no de la misma forma, ¿para qué continuar?—se decía.
La vida es para ser vivida y ser feliz: ¿de dónde salió que hubiera que hacerlo
con alguien para lograrlo? Era un convencido que todo aquello que nos
proponemos puede lograrse por el propio esfuerzo. ¿Y esto? Esta relación que
primero no tenía etiqueta definida (amigos o algo más; real o virtual;
imaginada o vivida); que no avanzaba, que se estancaba; que no era porque, quizá,
tampoco había sido. Allí justamente estaba la cuestión: no era una decisión ni debería
haber sido un esfuerzo individual. En una relación del tipo que fuere existen
al menos dos sujetos que deberían trabajar, en mayor o menor medida, para la consecución
de un fin común—le dictaba algo la lógica y más el sentido común. Al menos, ese
es el principio de cualquier sociedad o grupo humano—había aprendido y repetido
hasta el hartazgo en la Universidad. En una sociedad mínima de dos sujetos, si
uno de ellos no suma y/o aporta la colaboración que le toca, nos encontraremos
de seguro en poco tiempo con que el restante individuo desarrollará todas o la mayoría
de las tareas—continuaba reflexionando. En un plazo mayor, cansancio y
agotamiento de seguro sobrevendrán, sumados a un posible desdén que incluso podría
engendrar rechazo hacia el otro.
¿Puede remediarse? No lo sabía. No tenía
respuesta. ¿Vale la pena intentarlo? Para no contestar en términos absolutos, prefería
en esta oportunidad dejar el interrogante sin respuesta (aunque la conocía bien).
Quizá, tal vez la pregunta debería haber sido otra: — ¿estar con ESE alguien o
estar solo? La respuesta intuitiva que se le ocurría es que no podía estar con
cualquier alguien. Respecto de ESE alguien, no lo sabía, no lo entendía… o
mejor, no quería saberlo, no quería entenderlo…
No comments:
Post a Comment