Thursday 25 February 2016

Mi Primer Libro: El Camino No Elegido

Hoy, exactamente el día en que tipeo estas líneas, me encuentro, siento estar en aquel cruce en el que sé, he estado antes. ¿Hacia dónde seguir? Y justamente hoy, al leer las páginas de un libro que no viene al caso, el autor se refiere a Robert Frost y “El Camino No Elegido.” ¿Coincidencia? Creo, intuyo, sé que el universo se abre, como se ha abierto antes, y pide, ofrece que escoja de nuevo…

“Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo, 

Y apenado por no poder tomar los dos

Siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie 

Mirando uno de ellos tan lejos como pude, 

Hasta donde se perdía en la espesura;

Entonces tomé el otro, imparcialmente, 

Y habiendo tenido quizás la elección acertada, 

Pues era tupido y requería uso; 

Aunque en cuanto a lo que vi allí 

Hubiera elegido cualquiera de los dos.

Y ambos esa mañana yacían igualmente, 

¡Oh, había guardado aquel primero para otro día! 

Aun sabiendo el modo en que las cosas siguen adelante, 

Dudé si debía haber regresado sobre mis pasos.

Debo estar diciendo esto con un suspiro 

De aquí a la eternidad:

Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo, 

Yo tomé el menos transitado, 

Y eso hizo toda la diferencia.”


Rober Frost, “El Camino No Elegido” (traduccion María Fernanda Celtasso).

Tuesday 23 February 2016

Mi Primer Libro: Más allá

La vida, esa sucesión de eventos y actos, para algunos ilimitada, para otros limitada por sus propias fronteras intelectuales y emocionales. Si algo me  enseñó la infancia es que todo es posible si creemos en ello, trabajamos duro, y damos todo lo que tenemos a la empresa.

Ha sido algo difícil conservar esas enseñanzas solidas en mente y corazón, admito. La vida nos arrebata cosas, personas, momentos, y otros, también lo hacen. Hay días duros, desafiantes… ¿cómo se hace para mantener firme las creencias de poder, de apostar a ser más, de respirar magia en cada inhalación? Muy simple, diciéndolo, cambiando de actitud, o mejor, manteniendo esa actitud casi pueril que teníamos antes, esa cabeza dura de creer en lo imposible, de hacer cosas idiotas o sin explicación solamente por tener ganas, de sonreír sin causa, de reír a carcajadas. ¿Cuánto hace que no sueltas una? Me atrevo a decir, sin conocerte, más de lo que puedes recordar. ¿Estoy en lo cierto? Si es así, es tiempo de detenerse, no pensar mucho, dejar ir lo no esencial, y quedarse con lo básico. No me refiero a dejar las posesiones ni a nada etéreo. Más bien me refiero a algo intimo, dentro, profundo. Dejar ir el depender del juzgamiento del otro (y no juzgarnos tampoco); dejar ir el pasado (ya pasó); no sentarse a esperar el futuro (vendrá en menos de lo que te imaginas, es inevitable). Vive el ahora, vive el presente, honra a tus afectos, dales de tu tiempo, que en definitiva, es la única posesión que no podrás recuperar y, por eso, la más cara a cualquier ser. Elévate por encima de las circunstancias fácticas, de los accidentes externos, de las formas.

Muy pintoresco todo, muy iluminado, muy esperable me dirán de inmediato, quizá. Pero ¿si mi realidad me lo impide? ¿mis circunstancias son demoledoras? ¿las pérdidas son insoportables? ¿la escasez llega al hambre?

Coincido, el elevarnos no nos alimentará. No podemos vivir del amor, comer del amor, respirar del amor, o algo así dice la canción. Y no propongo eso. Sin embargo, ante cualquier situación, siempre, siempre, SIMPRE tenemos el poder de rechazarla o aceptarla. Si solamente la rechazamos nos sentiremos seguramente molestos, impotentes, inútiles. Y es que la realidad, positiva o negativa, es. Al menos, es en lo que aparenta ser para el que la transita.

Lo que propongo es diferente. Aceptar lo que es, que es algo distinto a decir conformarse con lo que es. Si está en nuestra mano afectar, cambiar la situación, hagámoslo. ¿Qué perdemos? Pero, si no está en nuestro poder hacerlo, si por alguna razón la situación, circunstancia, evento, persona se nos presenta imperturbable pese a nuestro más ferviente ahínco, es allí donde debemos elevarnos, ir más allá. El que evoluciona es el yo, el tú, el ser. Y es que situaciones insalvables no son más que oportunidades en las que la vida sigue pasando y cada uno de nosotros tiene la elección de quedaros a un costado, inmóviles, o seguir con ella, viviendo, siendo, soñando.


Ir más allá no quiere decir que necesitemos movernos físicamente, o cambiar algo externo. Quizá lo hagamos, pero no es condición necesaria. Ir más allá implica simplemente reconocer que una situación es solamente eso, una situación, algo externo a quienes somos, pese a que esa situación tenga incluso que ver con nuestro cuerpo, salud, que en definitiva, son accidentes, pero no quienes somos.

Thursday 18 February 2016

Mi Primer Libro: ¿Qué sigue?

He escrito sobre mi, Mamá, Papá, mis hermanos, algunas tías, las abuelas que la vida nos hizo llegar, la infancia, algunos de nuestros amigos animales… ¿Con qué seguir? ¿Adolescencia? ¿Escuela? ¿Italia?

En estas páginas he permitido al recuerdo y a la imaginación abrazarse y plasmarse. Las personas, eventos, cosas que menciono me han marcado de una u otra manera, todas en forma positiva. Han hecho de quien escribe quien soy hoy. O mejor, creo que todos somos siendo. Mas, aquellas personas y entes, actos y hechos cuanto omisiones que el andar hace aparecer, de alguna manera están allí para enseñarnos, mostrarnos algo. Aventuraría a decir, más que a enseñarnos, a mostrarnos algo, a permitirnos recordar aquello que ya nuestro ser conocía y que había olvidado. Es relativamente fácil relatar o describirlas; la tinta fluye a la vez que las ideas desembocan el la mano autómata. Es difícil describir una sensación; más aun, hacerlo con una intuición. Son experiencias inconmensurables, no alcanzables a través del lenguaje formal que utilizamos para comunicarnos. Son, por definirlo de alguna forma, intraducibles en lenguaje alguno. En un esfuerzo que de seguro será incompleto, diría que otra energía, o quizá la misma que nos une a todos, utiliza este cuerpo material, este organismo, y sus extensiones, para dejar fluir esto que están leyendo. No creo, incluso intuyo, éstas no son mis palabras, mas nuestras, el uno, así como del todo.

Pero, cuando llego al punto de abandonar la niñez para comenzar con la adolescencia, o de ir por eventos más formales como educación y escuela, el sentimiento que antes me empujaba a escribir se detiene, se paraliza, me hace poner un alto al ritual. ¿Es porqué no me interesa escribir al respecto? ¿Molesta o duele? ¿Lo quiero olvidar o no lo recuerdo?

Los sueños y las ilusiones son la fuerza. La esperanza es a llave. Siempre he sido, o al menos desde que recuerdo, un pensador positivo. De allí es que las personas y acontecimientos que me vienen en mente son los que creo fervientemente, desde el corazón, el alma, aquellos que deben ser recordados, subrayados, compartidos, repetidos, copiados. Y, si alguno se me pasa, efectivamente no me ha hecho mella o no me ha interesado lo suficiente como para estar en estas páginas, simple. No quiero sonar a menosprecio, o que piensen que estas otras personas no han sido importantes. Seguramente lo han sido para otros, y quizá hasta hayan contribuido con quien soy, pero no me han definido, no han marcado mi esencia, no han tocado mi alma, mi ser, quien soy, aquello que soy.

Es una especie de burbuja sin limites, o un mundo mágico y trascendente, con personas, personajes, animales, seres de todo tipo, forma, y color, que han contribuido y contribuyen en esta existencia que hoy me toca transitar.


¿Y si continuamos con pensamiento positivo aplicado? Es decir, en teoría qué pienso que es pensamiento positivo y como lo he usado en la que entendemos como realidad, y a donde me ha levado… Pues veremos en unos días…

Tuesday 16 February 2016

Mi Primer Libro: Bixú, Archi, la Gorda

Un día, creo que de tarde o noche, los tres, Emi, el Gordo, y quien escribe estamos esperando ansiosamente a Papá. Tendríamos siete, cinco, y ocho años respectivamente (o algo así). Serían las seis o siete de la tarde, quizá. A esa hora Papá solía regresar de tribunales, del trabajo. Pero ese día era distinto. Había ya estado en casa, y había vuelto a salir. Había ido a buscar un paquetito, algo para los tres a la casa de la Tía Coca. Recuerdo que los tres lo vimos entrar caminando por la galería que rodea la casa, hasta la cocina de adentro y luego, inmediatamente, aparecer con las manos vacías en la sala. También recuerdo la sensación de palabra rota, de cierto vacío. Siento ahora que escribo estas líneas como los párpados y la sonrisa se me desarmaban al mismo tiempo. Creo que Papá dijo algo (algo así como que el paquetito no estaba). Después metió la mano en uno de los bolsillos de la chaqueta de cuero que estaba usando, y la sacó sosteniendo una bola de pelo del tamaño de un puño. Bixú había llegado a casa.

Nuestra perra, la que nos acompañaría todo el resto de la niñez y la adolescencia. Vivió primero en una caja de cartón, adentro, en la cocina. Con el tiempo la mudarían al fondo, al jardín. Tendría varias cuchas a forma de villa miseria, algo precarias por cierto. Con cadena o sin ella. Mayormente la cadena era para proteger al resto de la población animal (especialmente los patitos recién nacidos) o para que no agarrara la calle y saliera de paseo sin rumbo con el resto de los perros de la calle que pululaban (y pululan) en el barrio. Gustaba de morder sapos y tener al rato la orina de éstos en la boca. Así es como le aparecía la rabia pasajera. Más bien, la orina parecía tener un efecto químico en su boca y se transformaba, casi de inmediato, en espuma blanca. Era una especie de vivió pueril que tendría toda la vida. Un espectáculo tanto cómico como grotesco de ver.

Archi, mi amiga inseparable, aquella con quien compartiría tantas tardes a las 5pm sentados frente al televisor esperando el platito de Xuxa. Por supuesto, para mantener orden y limpieza dentro de la casa, debía de colocar papel de diario donde ella se paraba, y veíamos el show la hora entera. Como Bixú, apareció un día cuando era un plumín amarillo. Creo que vino del campo de los amigos de Mamá y Papá, de las afueras de la ciudad. Vivió también al comienzo en una caja de cartón, en la cocina de adentro. Era tan amarilla que al principio era fácil confundirla con una pelota de tenis en el piso. Con el tiempo, siguió viviendo dentro de la casa. Llegó el día en que debió mudarse al jardín del fondo, afuera. Imagino, debido a la producción inagotable de la que son capaces los patos. Pero, como creció dentro de la casa, la conocía, al menos la planta baja, perfectamente. Así que era común que, de encontrar alguna puerta o ventanal abiertos, entrara y pasara tiempo con nosotros, o fuera a la cocina por algo de comer, o estuviera puntualmente a las cinco de la tarde frente a la pantalla chica sentada a mi lado.

Y la Gorda. He tenido varios gatos. Pero la Gorda trasciende ya que como Bixú y Archi, nuestras almas se encontraron, y quedamos enlazados. Nació en casa de una gata que trajo Tita, creo llamada Moni, multicolor. De una de las tantas camadas, la Gorda apareció blanca y negra. Creo que Moni desapareció después de ese embarazo. Cuestión que la Gorda creció y la recuerdo siempre miembro principal de la familia. De tantas historias que podría relatar, la que más me llena el alma es el hecho que cada noche, sin importar la hora, cuando llegaba del centro, luego de dar mis clases en la facultad, la Gorda me esperaba fuera de la cocina, en la galería, hasta que llegara, sin faltar. Me esperaba. A absolutamente nadie más. Me esperaba. Ella era para mí en ese momento, yo era para ella.


Y así, tantos otros pequeños individuos con quienes crecimos. Con Bixú, Archi, y la Gorda simplemente me refiero a aquellos quienes he llevado conmigo por el mundo, y que, algo me dice, habían estado desde antes, desde siempre, y siguen estando, pues son siendo con quien escribe estas líneas.

Thursday 11 February 2016

Mi Primer Libro: Animales

Sí, merecen unas palabras, un capítulo, un libro entero. Casa en Ringuelet, nuestra casa, la casa de la familia Núñez-Curti, siempre ha sido una especie de zoológico. Los tres hermanos crecimos rodeados de perros y gatos, pero también palomas (de distintos tipos), patos y patas, tortugas, pajaritos, loros, conejos, nutrias, flamencos, búhos y lechuzas, teros, y hasta una puma. Seguramente me olvido de varios otros integrantes del clan, pero ya con éstos se pueden dar una idea del tipo de niñez y adolescencia que tuvimos: verde, cálida y, por sobretodo, multicultural y cosmopolita.

¿Multicultural y cosmopolita? Sí, insisto. No eran o so seres humanos estos amigos emplumados o peludos o escamados, pero cada uno vivía en una comunidad en la que pese a ser en teoría predadores algunos, y presas normalmente otros, se respetaban y vivían sin más discusiones que algún picotazo, mordida, ladrido, o graznido. Ese modo de vivir me enseñó desde muy temprana edad que pese a que todos tenemos rasgos naturales definidos por nuestra genética (ADN), la elección  es diaria entre hacer y no hacer, y exclusiva de cada uno.

Son varios los personajes que aparecieron en tantos años. Lucas, el pato que Papá cazó. Bixú, nuestra perra cruza entre pequinés y fox-terrier. Archi, mi pata, amiga y compañera inseparable a la hora de ver el Show de Xuxa cada día a las cinco de la tarde. La Gorda, esa gata blanca y negra que me esperaba fuera de la casa hasta que llegara a la noche, a cualquier hora, de la Facultad luego de haber dado clases… Y tantos, tantos más… Bruja, nuestra puma; Pinki, el gato blanco con corazón tan grande que no le entraba en el cuerpo; su amigo, el siempre pequeño Gato Negro; y su eterna enamorada, de toda la vida, esta y posiblemente las próximas, la Gata Gris con sus ataques de histeria y carácter siempre fuerte. La gallina que vivía en el terreno de enfrente, y que cruzaba solita la calle, iba al  fono de la casa, subía a la parrilla, y ponía huevos todos los días puntualmente, para luego desandar el camino, y volver a su casa frente a la nuestra.

Robertino, nuestro primer carancho (le siguieron unos diez más con el tiempo). En realidad, el carancho de El Gordo. Apareció un día en el techo de casa, y El Gordo empezó, como El Principito y el zorro, a acercarse a él cada día un poco más, hasta que le dio de comer en el pico. Sí, acercando la mano de a poco, con un trocito de carne cruda para repetirlo innumerables veces. Nunca lo atamos, nunca lo encerramos, o encadenamos. Siempre permaneció libre, con las alas completas, pero no se iría. Se quedaría allí varios años, hasta la próxima existencia. Es cierto, iba y venia de paseos quien sabe a donde, sobrevolaba el barrio, pero siempre, siempre regresaba a casa, nuestra casa, su casa.


Un poco más pequeño, en porte y estatura, pero el más gallardo de todos, Nico, el chimango pareja de Mamá. Como lo leen en estas líneas, apareció también en casa un día quien sabe de donde, para quedarse. De inmediato, adoptó a Mamá como pareja. Una vez (al menos) por año comenzaba a juntar ramitas en el jardín del fono, las traía una por una a la ventana que da entre el patio del jardín y la cocina, las mostraba a Mamá con un aleteo y el pecho erguido, y las llevaba y depositaba en la parrilla (la misma parrilla donde años antes la gallina ponía huevos). A veces, le entregaba presentes a Mamá, que mayormente consistían en esqueletos de rana perfectamente separados de la carne, pero aun, de alguna manera, completos. No lo vi irse de esta existencia. No estaba en casa. Ya me había ido…