¡Qué difícil es escribir acerca
de la madre de uno! Al menos, a mi me pasa. En especial, cuando además de Mamá,
es una persona con cualidades extraordinarias ilimitadas.
Si tengo que empezar por algo
físico, me vienen en mente las manos. La canción de Sandro “Manos Adoradas” es
casi una definición. No son manos suaves; algo ásperas, menos que antes, ajadas
de tantas horas, años de trabajo. Nunca se pinta las uñas. Como demasiado,
usará algún barniz transparente para protegerlas un par de veces cada año. Son,
han sido las manos que recuerdo de chico para peinarme, hacer una torta en la
cocina, planchar, baldear los patios, tomarme la fiebre acariciándome la
frente, curarme el empacho, hacerme masajes circulares en la espalda y palmoteos
huecos durante mis ataques de asma, cambiarme las camisetas empapadas de sudor
por alguna fiebre.
Me vienen una y un millón de
imágenes. Cuesta seguir escribiendo. La emoción es más fuerte y siento algo en
el pecho. Hasta lágrimas asoman.
Esas manos son y serán las que
me cosen las alas cada vez que me lastimo; cuando me caigo una y mil veces y ya
el cuerpo y la mente quieren dejar de dar batalla, cuando me empaco, cuando no
quiero seguir…
De cabello entrecano ahora, la
recuerdo siempre con el pelo más oscuro, fino, muy fino, atado en una cola
siempre hacia atrás, con alguna goma elástica, de esas bandas verdes que uno
usa para juntar documentos en la oficina.
Los ojos marrones, brillantes,
algo oscuros, infunden calma, seguridad, respeto, niñez eterna, ingenuidad,
decisión, templanza sin límites, y tantas cosas más.
Pensarán ustedes que exagero
porque es mi madre. No es así. Es la única persona en la que he visto esa
mirada, mirada de niña en un rostro de adulto. Y tanta certeza a la hora de
descifrar alguien. Sus ojos, su mirada, nunca cambiaron.
De nariz promedio, ni muy
pequeña, ni enorme, el rostro continua lozano pese a los casi 70 años. La mayoría de las arrugas que hoy aparecen
solamente se hicieron presentes después del ACV−i.e. Accidente Cerebro Vascular
o derrame cerebral. Incluso, semanas después el rostro mostraba los estragos de
la inmovilidad y el diferente tipo de alimentación que debía llegar y que le
hizo perder tanto peso. Más tarde, meses luego, la cara volvió a recuperar esa
luz que siempre le perteneció, ahora con alguna que otra arruga.
Su porte siembre fue, y aun es,
imponente. Aún hoy, casi a los 70, y luego del ACV, mide casi 1,70 metros.
Erguida, de columna orgullosa, hombros anchos, pecho, brazos, y piernas
fuertes, de aquellas italianas de las de antes.
Hoy es esa misma mujer, algo más
delgada. Como lo aclarara recién, el ACV, el cambio en la dieta, y las
actividades resultaron en pérdida de peso corporal, que de todas maneras ha ido
recuperando lenta pero constantemente.
Tantos recuerdos, tantos ahoras,
tantos antes que es difícil elegir solamente algunos. La devoción por la
música, el piano y el violín me vienen de ella, y de ese lado de la familia. La
historia de Gian Bautista Curti, su abuelo, el compositor de entre tantas
“Torna a Sorrento” sería y es parte aun de la leyenda familiar, y de la mía
obviamente. De allí, el violín y el piano. Este último, reforzado por el Berlín
Alemán que existe en casa desde que recuerdo, regalo del Papá de Mamá, Antonio
Curti, cuando ella cumplió los 15 años. Las de veces que he escuchado sentado
al piano tocando clásicos. “Para Elisa” será siempre mi preferida, la canción
de Mamá, la que en cualquier momento y lugar en el mundo me la hace presente,
en una presencia que, para los que han vivido esa sensación, es real y
tangible.
Leo y releo lo que escribo, y me
parece poco. ¿Hago justicia en describirla así? ¿Dejo detalles de lado? ¡Seguro
que sí! ¿Continúo escribiendo sobre ella? ¿Sigo con otros de los protagonistas
de esta, mi, nuestra historia? ¿Qué historia? Imagino que pretender, intentar
describir casi 70 años en unas páginas es imposible, aunque las reduzca a
estos, mis 39 años, nuestros 39 años juntos en esta existencia. Así que por
ahora, termino aquí con la descripción, y sigo con otro de los protagonistas.
Más tarde, en el relato, seguramente incluiré más detalles, episodios, y demás.
A mi Mamá, Griselda Inocencia
Curti. Hoy. Ayer. Siempre.