Éramos chicos, muy chicos. Y no
me refiero solamente a quien escribe mas al país todo. Por aquella época recién
dejábamos al gobierno militar y adoptábamos la democracia. Esperanza al
comienzo, hiperinflación al poco tiempo. Sin embargo, recuerdo aquellos años
con cariño. Sin nostalgia debo decir. Y es que si bien el tiempo embellece
algunos recuerdos, no creo, estoy seguro que esta vez no tiene que ver con eso.
La Argentina de mi infancia era
joven también. Al haber estado “cerrada al mundo” por casi una década, las
noticias, incluso los avances tecnológicos, llegaban espaciados, muy. Pero, también las calamidades. Así que
la inocencia aun existía en las calles, en el pueblo.
Cuando la guerra de Malvinas,
por ejemplo, en el sur del país la gente se vestía con sábanas blancas, a
manera de fantasmas, literalmente, pues tenían la idea que así iban a ahuyentar
a los ingleses, atemorizarlos.
En aquel entonces, conocíamos a
los vecinos del barrio. Los chicos andaban en bicicleta por las calles de
tierra, pescaban mojarritas en las zangas abiertas, la electricidad iba y
venia, y las velas de cera estaban a la orden del día pues a veces pasaban
jornadas enteras sin el fluido eléctrico. El teléfono, con el que contaban
algunas familias del centro, era asunto de lujo en los barrios, así que con
suerte en una manzana, una o dos familias se enorgullecían de contar con línea.
Pero, en aquel entonces, el cableado no era robado para luego vender el cobre.
Eso sólo sucedería décadas luego.
Supermercados gigantes, mega
emporios del comercio, no llegarían hasta los 90’s, así que cada barrio contaba
con su panadería, verdulería, carnicería, pequeños kioscos y almacenes de ramos
generales. Existían el fiado y la confianza en la palabra que la cuenta se saldaría
al final del mes. Y así era, sin necesidad de intimación.
No existía el teléfono celular,
la internet, y la gente se comunicaba igualmente, mejor, quizá. Existía el
diálogo, el vecino saludaba al vecino, se interesaba, sin inmiscuirse, en
asuntos familiares y personales, y ante algún problema, aparecían a la puerta.
Por aquel entonces, las marcas
de ropa o calzado no eran importantes. Imagino, existirían como lo han hecho
siempre. Pero la competencia social por el aparentar no se había impuesto. No
se hablaba de igualdad o desigualdad. Éramos todos diferentes viviendo en un
gran bote cortado, separado del mundo. Por esa misma razón se sentía uno más
argentino, quizá. No éramos europeos, o americanos, si quiera,
latinoamericanos. Éramos tan sólo eso, argentinos, hijos, nietos de inmigrantes
en so mayoría.
Estas líneas no pretenden
romantizar el pasado. Lejos de eso. También recuerdo compañeros de escuela
cuyos padres habían desaparecido y jamás volvieron. Y, como decía, la hiperinflación,
gente entrando a negocios locales solamente para robar arroz, pasta, u otro
tipo de alimento básico. Es cierto, en aquel entonces las necesidades eran bien
básicas. Nadie hubiese pensado en robar una televisión. El pan, con tres
precios distintos dependiendo de la hora del día. Exactamente, el pan aumentaba
de precio a diario, y varias veces el mismo día.
Efectivamente, los 80’s eran tan
caóticos como inocentes en aquella Argentina. Y, sin embargo, fueron tan
ingenuos como simples, tan cruentos como bellos.
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