Monday 16 June 2014

Presente

Un día de esos, como tantos otros, me levanté al alba como de costumbre, sin razón alguna en particular. Sin embargo, desde que abrí los ojos sentí algo distinto, en el aire… no, no en el aire ni en el ambiente. Más bien dentro, en mi.

Me incorporé del lado izquierdo de la cama, miré los despertadores, eran pasadas las 6:30 am. Desde la ventana hacia la izquierda de la cama asomaba un cielo gris, pero no amenazaba con lluvia. Tardé unos segundos, me incorporé y fui al cuarto de baño. Como cada mañana cepillé los dientes, enjuagué el rostro con agua fría luego de la afeitada, pero esta vez, al detenerme en el espejo y ver el reflejo algo había cambiado. No era visible, más bien una sensación. Me miraba, me observaba, pero no era la misma imagen de cada día. Extrañamente, no estaba sorprendido.

Bajé las escaleras, preparé el desayuno teniendo en cuenta perfecto balance entre proteínas, carbohidratos, y grasas. Cada movimiento, cada detalle, cada parte del procedimiento, como siempre aunque distinto. La cuchara de madera se mostraba áspera, los huevos al romperse contra la sartén sonaban a pequeños estallidos, hasta el liquido semi-coagulado que dejaban detrás parecía traer consigo un quejido sordo. Los aromas llenaron la habitación, invadieron los sentidos. Cuando sentado a la mesa, cada bocado era diferente al anterior y al que seguía. Y mientras mascaba, una danza de aromas y sonidos de aquí, allá, y más lejos entretenían el caos circundante.
Como de un sueño, en un instante de lucidez entendí perfectamente que lo que el ambiente abría al juego estaba allí acompañándome de seguro cada mañana. Y sin embargo, esta vez la profusión de colores, sabores, músicas y ruidos lo invadía todo, me invadía. Y yo me dejaba invadir.

El día entero transcurrió como cualquier otro. Vestirse, tomar el transporte de A hacia B, trabajar, diálogos en piloto automático, más trabajo, transporte de B hacia A, y vuelta a lo familiar, al hogar. Toda la sucesión de eventos era, había sido parte de aquella rutina diaria que me había acompañado por años. Algo había cambiado. Estaba como desdoblado. Sí, eso, desdoblado es la expresión que cabe. La parte inconsciente, o física, por llamarla de alguna manera, continuaba con las actividades y hechos del día, interacciones con otros, el hacer y el no hacer. Pero esta vez existía otra parte, más consciente, más presente, no necesariamente en el mismo cuerpo físico, mas era evidente en alguna otra forma de presencia, de existencia. Me sentía, sabía observado, mirado, oído, escuchado. Y lo que resultaba de esas observaciones y escuchas no hacia más que incorporarse, volcarse gentilmente en el mismo ser que era observado, escuchado, en este ser que ahora mismo escribe estas líneas.

[…]

Frente a mi, el infinito. Si bien observo, reconozco un muro a unos metros por delante, sé que hay continuidad detrás, más allá; lo intuyo, lo percibo. Es cierto, no lo veo. ¿Necesito hacerlo? Tampoco. Y no es que sea un conocimiento que viene de experiencia previa, el haber estado del otro lado, o alguna teoría. Está allí, y cada célula, cada átomo que compone las células que me forman lo saben.

Los sonidos. En principio, si continuo con lo diario, absorto, nada. Me detengo. El refrigerador, voces de vecinos, alguna mascota, alguien aparcando, y más. Todos a una vez primero. De la nada a la profusión, a la sinfonía de ruidos cotidianos. Luego, los elijo. Sí, comienzo a jugar, doy mayor atención a uno en particular y los demás se ocultan, enmudecen. Siguen allí, de seguro. Como un ente, como una figura con distintos velos. Tomo uno, dejo el otro, juego con el todo. Descubriendo la verdad dentro de cada cosa, momento, sensación, acto u omisión. Y no es más difícil o complicado que quedarme quieto. O mejor, puedo aun moverme, pero con el mundo, y no solamente estando dentro, sin siendo parte del todo.

¿Será eso que llaman estar presente? Posiblemente. ¿Es esto estar “iluminado”? No lo sé. No me siento distinto que ayer, que hace un año, que hace un momento. Sí, la percepción, mi percepción cambió. Es decir, el modo, la forma de percibir de seguro son las mismas−mis ojos, oídos−mas el grado o nivel de atención que doy a aquello que percibo es indudablemente diferente.

Otro elemento que noto, el tiempo. No lo he pensado antes, pero este mismo momento parece inmóvil, eterno, tranquilo. De alguna manera el resto del mundo sigue; lo observo, lo escucho, lo huelo. Pero el que no se mueve es este que escribe, soy yo. No físicamente, mas bien en tiempo. Es algo así como estar en el centro de un huracán−imagino. Todo alrededor sigue siendo, asumo que también yo lo hago, pero en dos tiempos distintos, en un mismo momento. O al mismo momento, peor a dos velocidades distintas.


Para confirmarlo mi mente científica, algo incrédula por cierto, me lleva a chequear el reloj en la pared. Efectivamente, 10 minutos más tarde que antes, y 20 minutos más tarde que la primera vez que hice el experimento. Mas debo confesar que los primeros 10 minutos se sintieron breves, muy breves. En cambio, los segundos 10 minutos pasaron tan lento…

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