¿Obstáculos
u oportunidades? ¿Muros impenetrables o que hay que saltar? ¿Montañas que
admirar de lejos o escalar?
La vida
es eso, una serie de eventos afortunados y desafortunados, una miríada de
hechos y acontecimientos, actos y omisiones que nos suceden, que se suceden, o
a los que les sucedemos. Como en cualquier caso, éstos pueden ser entendidos
positiva o negativamente. Hoy no quiero ni siento filosofar o categorizar.
Solamente plasmar en tinta y papel aquello que me viene a la mente en esos
momentos que todos tenemos alguna vez en la vida en que nos planteamos
preguntas como: ¿sigo? ¿empujo un poco más? ¿vale la pena?
Creo
que como en todo caso, la respuesta no puede ser más que relativa, dependiente
del quien, que, cuando. Tampoco intento o pretendo aleccionar; solamente pensar
en voz alta.
Por
eso, más allá del quien, que, cuando, prefiero, elijo siempre arrepentirme de
haberlo hecho, intentado, que de dejar de lado el desafío. Pero no cualquier
desafío, cualquier encuentro con lo nuevo, lo diferente, o lo inesperado. De
esos no me ocupo aquí. La vida misma o los otros los hacen aparecer
constantemente. Me refiero más bien a aspiraciones personales que, distinto a
otras superficiales, o de momento, nos tocan el alma, o son parte de ella.
Primero,
escribo aspiraciones y no sueños pues coincido con lo que alguien me dijo hace
tiempo de la distancia entre aspirar a algo y soñar con algo. Pues si bien
aspiraciones suena a algo promisorio, solamente lo es en potencia. En cambio, cuando
soñamos, algo comienza a gestarse dentro nuestro y provoca una especie de
necesidad por obtenerlo, lograrlo. De allí al planeamiento y la acción, o la
sola acción estamos a un paso. Por eso, muchas ideas quedan en aspiraciones;
esto es, mera potencia y virtualidad absoluta. Pero los sueños llevan esas
meras aspiraciones teóricas a un punto más cerca de la realidad, sin ser del
todo aun un hecho.
Luego,
el o los problemas. Y es que si mantenemos el statu quo, el mundo que nos
rodea, nuestro mundo, lo que es a nuestro alrededor, en principio podemos
coincidir en que los obstáculos que encontraremos serán aquellos que cualquier
persona en la misma situación encontraría. La vida me arroja, nos arroja, en
principio, las mismas vicisitudes. Pero si agregamos a la ecuación nuestros
sueños, nuestra manera de ver el mundo, aquello que nos define en esencia y que
nos distingue de todos, del todo, es allí cuando espontáneamente se crean
obstáculos en nuestro camino. ¿Por qué en nuestro camino y no en el del otro?
Pues por ello mismo; la respuesta es implícita en la pregunta. Porque es
nuestro camino y solamente nuestro.
Podemos
compartir estaciones, razones, o la vida misma con alguien o algunos otros. Sin
embargo, ellos no “verán” el mundo de la misma manera ni nosotros como ellos
más allá de lo afines que seamos. Sutiles grises y azules, asperezas donde
alguien observa calma y suavidad, y de allí, obstáculos donde otro encuentra
aventura y muros por derribar, saltar, o escalar.
Entonces,
de seres distintos y un mundo circundante similar a todos resultan tantas
miradas y formas de vivir ese mundo cuantas miradas diferentes existan. Si en
principio, consideramos que cada uno tiene una mirada particular, una esencia
que lo hace ser lo que es, de ello sigue que habrán tantas formas de “vivir”,
experimentar, ser en el todo como individuos sean.
Gran
problema colateral: “como individuos sean”. Y me pregunto: ¿cuántos individuos
son? Considero que el hecho de existir no implica directamente el ser. Pues el
existir depende de la voluntad de otros−o no−los que llamamos padres. Sea la
decisión tomada o puro accidente, nacemos, comenzamos a existir. Esto es,
ocupamos un cierto espacio en el todo, y lo hacemos a un determinado tiempo−o
lo hicimos, o posiblemente lo haremos. El ser es más sutil. Insisto, sutil; no
complicado, mágico, o etéreo. Y es que todos podemos ser. El gran asunto de la
humanidad es que no todos son, no todos somos.
De allí
que observemos individuos que quieren ser cuando ya son-o tienen, mejor expresado,
todas las condiciones para ser. Ergo, aspiran a lo que no son, sueñan sueños
que poco tienen que ver con quienes son, y ponerlos en práctica o no, lograrlos
o no, poco hacen a la diferencia, a su diferencia en el nivel del ser. ¿Por
qué? Porque siguen una historia que les han contado, un ejemplo que les han
mostrado, algo que han escuchado… han sido “culturizados” de manera tal que no
reconocen lo que son de lo que no son. Y, si no reconocen lo que son de lo que
no son, ¿cómo entonces pretender que puedan discernir las aspiraciones que los
hacen ser de aquellas y aquellos que nada o poco tienen que ver con quienes
son?
Pero
bueno, parece que me entretuve en un paréntesis de las aventuras y desventuras
y me quede con una meditación respecto al ser. A ver si la próxima guardo más
la línea. Nos vemos…
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