¿Quiénes somos? ¿Qué somos?
Cuerpo, mente, alma, los tres en uno, o uno en tres facetas distintas. Sostener
que lo he comprobado sería mentir. Sin embargo, estoy (siempre lo he estado)
seguro que somos algo más que carne, huesos, y fluidos. Esa chispa que hace de
cada uno un ente único, distinto, especial, es aquello que termina de
definirnos (o empieza por hacerlo). Es esa parte que es inaccesible a los
sentidos, intangible, ininteligible a la mente lógica, a lo racional.
Observar, caracterizar lo
aparente, aquello que parecemos ser, es sencillo. Somos hombre, mujer, niño o
niña, rubio o moreno, alto o bajo, esbelto o regordete, y así más. La faceta
corporal es la más simple de acceder, quizá.
¿Qué hay con la mente? Con ella
me refiero a algo distinto del cerebro (que es parte de la realidad corporal).
Tiene que ver con quién creemos ser, esa voz (o voces) internas que nos habla
todo el tiempo, nos corrige, censura, planea nuestro futuro, añora aquel pasado
que siempre fue mejor, suma, resta, y demás aplicaciones matemáticas, utiliza
métodos lógicos (o ilógicos), deduce, y tantas otras más. Es aquel elemento, o
faceta, que nos diferencia del resto de los seres mortales, y en particular, de
nuestros primos más parecidos, los animales; aquella faceta caracterizada por
la capacidad a la que llamamos mente, intelecto, razón.
Estas dos facetas, cuerpo y
mente, de distintas maneras, nos son asequibles, palpables, tangibles,
corroborables, probables, inteligibles. La tercera, por el contrario, aun se
nos escapa… el alma. ¿Qué es el alma? ¿Existe? Y si no existe, ¿somos entonces
comunión entre cuerpo y mente?
El alma, creo, es uno de los
tantos asuntos a los que llamaría parte de la fe. Creemos que existe y estamos
en lo correcto. No creemos que exista y también estamos en lo correcto. Puesto
que, pese a asemejarse a una contradicción, no lo es. Esta faceta pertenece a
otro plano, otro tipo de existencia y es, en consecuencia, ininteligible,
indemostrable, inasequible, al menos de la misma manera o en la misma forma en
que podemos acceder al cuerpo o a la mente.
Lo que pienso o mejor, lo que
intuyo: esa energía que somos, ese alma, tiene que ver con una energía mayor,
ilimitada, atemporal, universal, la madre (o Dios, o la naturaleza, o tantas
otras etiquetas o rótulos que se han usado a lo largo de la historia y a lo
ancho de tantas culturas).
Cuando, por alguna razón, esa
porción, ese alma que cada uno somos, pasa a integrarse a un cuerpo sólido,
parte de ese cuerpo (cerebro) se “conecta” y es esta conexión particular entre
la energía que somos (alma) y que no podemos corroborar y aquel cuerpo físico
en el que nos manifestamos la que llamamos mente, razón, intelecto.
Como trilogía cuerpo, mente, y alma, existimos a un tiempo y a un
espacio determinados. Mas, como alma solamente, somos universales y
atemporales. De ahí fenómenos como el déjà
vu o sensaciones de vivir ciertas circunstancias nuevamente, visitar lugares
en los que físicamente no hemos
estado antes y sentirnos como en casa, encontrarnos con otros individuos,
desconocidos, y tener una conexión inmediata.
Somos seres trascendentales, parte de una energía mayor, de alguna manera
encapsulados en un cuerpo que aparece
sólido.
Subrayo el hecho que
nuestro cuerpo aparece sólido pues hasta la ciencia ya ha demostrado
que somos más espacio que
materia. Las moléculas que nos forman, y los átomos de las que ellas se
componen, de hecho cuentan con más espacio entre sus
componentes que los componentes mismos. Aquello que observamos, tocamos, olemos
a través de nuestros sentidos no es más que una de las tantas formas en que podemos observar lo que aparece,
como aparecemos, condicionado por el método, el aparato que usamos para hacerlo, sean éstos nuestros sentidos corporales o la mente, que son resultante a su vez
de esta combinación de espacios y elementos mínimos, energía.
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