Los
antiguos griegos ya lo sabían. La trinidad del cuerpo, mente y espíritu alude a
nuestras tres formas de existencia. Aquella que percibimos a través de los
sentidos, la existencia fáctica; la una que es puente entre lo físico, el
cuerpo, y lo supra-empírico, nuestra alma, la existencia inteligente
(intelectual y emocional); y la otra, la existencia espiritual.
“¿Y
no es esta liberación, esta separación del alma y del cuerpo lo que se llama la
muerte? se pregunta sin temor Sócrates momentos antes de ingerir la cicuta.
Pues es justamente en el cuerpo físico en el que se encierra el alma para
transitar la existencia empírica. El filósofo va más allá y enseña que a la vez
de permitirnos transitar esta existencia empírica, el cuerpo físico nos limita
y, en consecuencia, el alma debe recordar en la vida terrena que es más que
simple carne, huesos y líquidos. Exactamente, se pregunta si para “[…] purificar
el alma, ¿no es como decíamos hace muy poco, separarla del cuerpo y
acostumbrarla a encerrarse y a reencontrarse en sí misma renunciando en todo lo
posible a dicho comercio, viviendo bien sea en esta vida o en la otra sola,
desprendida del cuerpo, como de una cadena?”
Las
enfermedades, las emociones, los pensamientos, y tantas otras circunstancias
sólo tienen que ver con el cuerpo físico y con el plano inteligente. El
espíritu simplemente es. Y como simplemente es, es eterno, perfecto, completo.
Nuevamente, Sócrates lo explica tan sencilla como magníficamente:
“Porque
el cuerpo nos opone mil obstáculos por la necesidad que nos obliga a cuidar de
él, y las enfermedades que pueden presentarse turbarán también nuestras
investigaciones. Además, nos llena de amores, de deseos, de temores, de mil
ilusiones y de toda clase de estupideces, de manera que no hay nada tan cierto
como el dicho vulgar de que el cuerpo jamás conduce a la sabiduría.”
En
otras palabras, puesto que el alma reside en un cuerpo físico en su estadio
durante la existencia sensible, y el cuerpo físico obedece a otras reglas,
principios, es que nace, crece, enferma, se descompone, y muere. De forma
similar, la existencia inteligente a través de nuestra razón da a luz ideas, el
pensamiento abstracto, lo inteligible a través de la razón, y las emociones.
Sí, incluso las emociones, lo que en la modernidad llamamos inteligencia
emocional no es más que otro de nuestros productos.
El
filósofo va más lejos aun y hace evidente algo que la ciencia descubre
recientemente: la realidad que nos circunda es relativa, no absoluta, es
subjetiva, y de ninguna manera, objetiva (a lo más, menos subjetiva). Esto es,
debido a que la realidad física que rodea a nuestro cuerpo empírico es
entendida por medio de sentidos, y estos sentidos son distintos en cada
individuo, cada individuo percibe (construye) una realidad que le es propia. De
allí, ejemplos simples como el daltonismo, la miopía, la ceguera, la hipoacusia,
y tantas otras “anomalías” físicas son casos que evidencian cómo el sujeto
define su realidad. Siendo que el cuerpo físico interpreta la materia (los
átomos, o más precisamente, protones, electrones y neutrones) a través de
sentidos también físicos, es que esa interpretación está siempre limitada por
el aparato gnoseológico. En palabras de Sócrates “¿[t]ienen la vista y el oído algún
viso de certeza o tienen razón los poetas de cantarnos sin cesar que en
realidad nada vemos ni oímos? Porque si estos dos sentidos no son seguros ni
verdaderos, los otros lo serán todavía mucho menos, siendo mucho más débiles.”
De
suyo, la realidad inteligente guarda las mismas características puesto que la interpretación
intelectual y emocional de la realidad tiene que ver con la razón; es decir, un
aparato gnoseológico adecuado al objeto y que, como en caso del mundo empírico,
es limitado.
No
es extraño entonces que la muerte sea interpretada tanto en la existencia
física cuanto en la existencia inteligente como el fin. Es cierto. Y no es que
el ser deje de existir completamente. Simplemente, el ser deja de estar (i.e. de
existir) en la experiencia empírica y en la experiencia inteligente puesto ambos
aparatos gnoseológicos son limitados en aprehender las características totales
del ser siendo. Los aparatos gnoseológicos físicos e inteligentes sólo son
capaces de aprehender características físicas e inteligibles intelectualmente
y, en consecuencia, meras facetas del objeto.
Ergo, el sujeto que define su realidad por medio de la existencia física y/o
existencia inteligente temerá a la muerte puesto que la muerte implica en estos
casos el fin del ser.
Más adelante abordaremos el tema desde distintas
religiones y enseñanzas espirituales. Veremos que pese a diferencias
superficiales, todas coinciden en el carácter relativo (y evolutivo) de la
muerte. Además de las distintas existencias, exploraremos lo fenomenológico en
sus distintas facetas con mayor detenimiento. Vinculado con las existencias
fenomenológicas del ser, evaluaremos (reevaluaremos) nuestro entendimiento
acerca del tiempo. Como dijimos ayer, pasado y futuro son ficciones. Aquí y
ahora soy pues el tiempo (o mejor, el tiempo cronológico) es una creación
mental. Nuestro ego necesita de tiempo cronológico para existir, para
subsistir. Quienes somos, quien soy, simplemente es. Este segundo es otro tipo
de tiempo que en nuestros días podemos comprenderlo intelectualmente como una
dimensión cuántica.
Ringuelet, jueves 07 de diciembre de 2018.
Emilio
Curti
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