Friday 22 November 2013

Las 24 horas. Capítulo Cinco (segunda parte): Primer encuentro


El día continuaba presentándose perfecto para caminar. Cielo celeste, sin nubes y sol espléndido. Luego de unos minutos que parecieron horas en los que Daniel no emitió sonido alguno, Pablo comenzó la conversación preguntando por el viaje y dando explicaciones de su retraso. Daniel escuchó la mitad; su concentración estaba en el movimiento de los labios de su interlocutor. No es que los encontraba sensuales o sexualmente atractivos; simplemente llamaban la atención.

Dejaron atrás la estación. Tomaron hacia la derecha por la calle paralela a las vías del tren. Se miraban, caminaban, cruzaban algún que otro comentario seguidos de silencios largos. Al principio, asfalto a ambos lados. Unas pocas calles más y el asfalto cedió lugar a calles polvorientas de tierra, arena y piedra. A ambos lados zanjas con algo de líquido oscuro corriendo en pequeños arroyos. La vegetación antes inexistente ganaba terreno. En general nada pintoresco; grandes plantas de cardo, cañas y maleza. El espectáculo se repetía junto a las vías del tren con otra zanja y el mismo tipo de verde. Simétricamente, del otro lado la vista era exactamente la misma. El silencio era interrumpido de tanto en tanto por la aparición de algún perro suelto o ladridos de algún otro desde detrás de portones que dejaban entrever el hocico del animal.

Daniel no volvía en sí. Su parte de la charla se limitó a recitar oralmente el curriculum vitae: edad, lugar de nacimiento, educación, experiencia laboral, residencia actual. Pablo escuchaba sin preguntar. En realidad no había qué preguntar. Daniel exponía toda su vida a manera de entrevista sin requerir interrogatorio previo. Pablo, en cambio, mencionó algunos detalles de los estudios y la familia, algo respecto del trabajo, pero era información vaga, en retazos: vivía con el padre y un hermano— ¿Qué paso con la madre?; estudiaba ciencias económicas— ¿estaba entrado en los 20s y aun no se había recibido?; trabajaba en temas contables desde la casa— ¿no era contador y hacía contaduría? ¡¿En la casa?! Daniel no preguntó más allá de lo que se le decía. No era desconfianza ni desinterés. Estaba nervioso. En un estado de exaltación a la vez que confundido. Se apuraba por dar información. Seguía cada comentario de Pablo con una frase o expresión de exclamación, subrayando cualquier cosa que el acompañante dijera, como si fuera un mérito o proeza— ¡qué bien!, ¡qué buena oportunidad!, ¡excelente!

Caminaron y caminaron. Se miraron. Hablaron. Se detuvieron. Más bien, Pablo detuvo el paso. Daniel hizo lo mismo, siguiéndolo, sin darse cuenta. Estaban frente a un hotel alojamiento  del que Daniel no se había percatado (en realidad, se daría cuenta de ello mucho tiempo después). Pablo pregunta si lo conocía. Daniel, incauto, respondió que no, que nunca lo había visto, y que no siquiera sabía dónde estaban. Pablo lo miró de arriba abajo fijando los ojos en el rostro del otro. —Sigamos caminando, dijo. Y retomaron la marcha, esta vez en sentido contrario, en dirección a la estación.

Años mas tarde Daniel repetiría esa escena en su mente y recién entonces se preguntaría si el encuentro del hotel alojamiento fue casual. Posiblemente no, pensaría entonces. Pero decidió no cambiar la magia de ese encuentro. Como la vida le enseñaría, aquello que vivimos podemos recordarlo de dos formas: como sucedió o como sentimos que sucedió. Y entre elegir una visión oscura y una llena de magia, Daniel nunca se preguntó si quiera por la primera.

Siguieron hablando de generalidades. Un poco más tarde estaban de regreso en la estación. Había anochecido, serían más de las nueve. Pablo acompañó a Daniel a la boletería para preguntar el horario del próximo tren a Constitución. —en diez minutos, dijo la persona detrás de la ventanilla. Se dirigieron juntos al andén. No hablaron más. Unos diez minutos después los altoparlantes anunciaban la llegada del tren. Instantes que se sintieron iban lentos, ahí estaba.

Pablo extiende la mano y se despide de Daniel. El otro se quedó a medio camino esperando el beso en la mejilla como sucedió al encuentro. No entendió bien. Nunca había sentido algo así. Obviamente, estaba acostumbrado a besos en la mejilla. Pero los que recordaba en realidad eran algo así como una función mecánica. Fue la primera vez, quizá la única, que realmente sintió labios, el beso, sus labios, su beso. En cambio, al momento de despedirse, hubo una imperceptible distancia.

Un rápido —nos vemos, de Pablo. La locomotora comienza a moverse lenta. Primer pitada. Daniel toma el estribo y sube de un salto al vagón. Va hacia un asiento y se zambulle contra la primer ventanilla que ve. Pablo extiende la mano derecha, la agita en el aire, se da vuelta, y desaparece en dos pasos entre la gente.

—Nos vemos, dijo Pablo—pensaba Daniel entre excitado y nervioso. Si solamente hubiera sabido o intuido que ya no se verían. Para ser más preciso, lo harían pero mucho tiempo más tarde, sin planearlo, sin buscarlo, en circunstancias muy diferentes.

Ahora tampoco lo sabía pero el destino le aseguraba una larga espera. Tan larga como penosa. Se sentiría inalcanzable, fuerte, blando, tierno, todo al mismo tiempo. Suspiraba mientras recordaba cada momento juntos, cada paso, cada frase y palabra. Tiempo después también se daría cuenta que él había sido el motor principal y protagonista del diálogo, casi monólogo. No lo recordaría con exactitud de tantas veces que lo repetiría en su mente. Sin embargo, se daría cuenta que el interlocutor había sido más pasivo y menos interlocutor de lo que él habría querido y que su imaginación había construido. Incluso, años más tarde vería que Pablo no era tan alto ni tan ancho o definido como la imagen que tenía guardada en la memoria. Gestos y modales, amanerados por demás. La forma de vestir, ciertamente algo desarreglada. Solamente el timbre de voz de seguiría resultando algo familiar. Es decir, sería el único elemento que coincidiría con la imagen que se había formado (o deformado) luego de aquel primer encuentro.

Pero, para este nuevo encuentro, les tengo que contar una serie de otros eventos. Algunos, desencadenados por este primer encuentro. Otros, por la vida misma, y otros, otros sucedieron quien sabe porque.

Imagino estarán pensando—mmm, la historia de dos homosexuales. Y debo decir, así parece. Pero, me permito adelantarles, no lo es. Los dos protagonistas se encontrarán nuevamente, ya lo veremos. Uno de ellos efectivamente era y es homosexual. El otro, en cambio, podría haberlo sido. Mas, el género nunca le interesó. Buscaba algo mucho más simple; nada sensual, nada sexual. Es que a veces una rosa es simplemente eso, una rosa.

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