Cambios…
¿Los aceptamos? Pero, ¿es incluso válida la pregunta? Si aunque no los aceptáramos,
de todas maneras aquellos cambios que no dependen de nuestra voluntad
sucederían igualmente.
Supongamos
entonces que aceptamos el hecho que escapa a nosotros el aceptar o rechazar el
cambio, cualquiera que fuere. Supongamos también que el cambio se da, sin o con
nuestra voluntad. ¿Qué posibilidades nos quedan?
Es en
este punto en que, creo, se produce la gran inflexión. La actitud que tenemos,
que tomamos frente al cambio. Unos lo viven como quien vive la lluvia, el
viento, o cualquier otro fenómeno natural. Se sucede, se nos presenta, pasa a
ser parte de nuestras vivencias, de nuestra historia. Lo aceptamos, no porque
tengamos el poder de rechazarlo, sino porque es parte de ese camino que nos ha
tocado o hemos elegido transitar.
Otros,
en cambio, toman una postura diametralmente opuesta. El cambio sucede, se nos
presenta, pero no lo aceptamos (como adelantáramos, no podemos rechazarlo, como
tampoco podríamos con la lluvia o el viento). ¿Qué sucede? El cambio es una
realidad, el cambio es y no lo aceptamos. ¿Lo ignoramos? ¿Desaparece?
Para
aclarar en algo este punto, y evitar críticas tangenciales, cuando me refiero a
un cambio lo hago respecto a un suceso (o proceso), un hecho natural, un
acontecimiento que “es” sin intervención de la voluntad humana (al menos de
aquella voluntad a quien el cambio afecta). Asimismo, sugiero centrarnos en
aquellos cambios que traen como resultado y consecuencias un antes y un después
en nuestras vidas, cambios fundamentales, cambios vitales, cambios básicos. Los
ejemplos que inmediatamente se nos pueden ocurrir seguramente tendrán que ver
con la muerte, alguna enfermedad no transitoria (cáncer, VIH, diabetes),
rupturas de todo tipo, finales de historias. Pero también pueden tener que ver
con acontecimientos entendidos como positivos, entre otros el nacimiento de un
niño, ser dado de alta respecto a una enfermedad que en principio se pensó
permanente, y demás.
De esta
manera, ¿qué sucede cuando nos enfrentamos a un cambio fundamental y no buscado
en nuestras vidas, y decidimos (consciente o inconscientemente) no aceptarlo?
La realidad aquí se desdobla en dos: primero, el cambio; segundo, el individuo
a quien el cambio acontece o, más específicamente, la actitud que este
individuo toma.
De un
lado, el cambio ocurre, ocurrió, ya “es”. El mudo que era antes del cambio “no
es”. A manera de ejemplo, hasta ayer, hasta hace un instante vivía; ya no lo
hago.
De otro
lado, el sujeto que experimenta el cambio y no lo acepta. Es decir, vive con el
cambio pero lo ignora. ¿Es realmente posible ignorar un cambio de tipo
fundamental, vital? Creo que no. Y es que por más que nos empeñemos en hacernos
los desentendidos, el cambio se manifestó y ya estamos muertos, enfermos, nos
ascendieron, o tuvimos un hijo. De aquella realidad que “era” antes del cambio,
solamente el recuerdo. El que no acepta el cambio, el que lo ignora (me refiero
al que decide ignorarlo) vive entonces engañado en aquello que fue o aquello
que será. Vive el presente en pasado o en futuro. Pero como somos siendo, es
decir somos aquí y ahora, la no aceptación de este tipo de cambios hace que
nuestra mente (lo que parecemos ser) deambule entre tiempos y lugares que no
son. De allí a las grandes decepciones en las que tantos se pasan la vida, un
paso…