Hoy dejamos Las 24 horas para
pensar un poco acerca de nosotros mismos, de los nuestros.
La Biblia dice “honra a tu padre y a tu madre […]”en Éxodo 20:12. Esta
sola frase me trae tantas historias vividas, escuchadas. Una en particular, que
viene del Islam encierra creo gran parte de lo que este principio expresa. Es
que nada tiene que ver la religión mas el hecho que hay ciertos principios
universales que justamente atraviesan tal o cual religión, creencia o cultura.
La historia comienza con una pareja muy trabajadora que tiene un único hijo.
Un buen día la mujer es llamada por Alá. Así es que a la mañana siguiente el hombre
encuentra el cuerpo de la que era su mujer tieso junto a él. Como tiene un hijo
por el que velar, continua su vida trabajando y haciendo lo posible (y lo
imposible) para dar a su vástago los recursos que él no tuvo.
Loa años pasan. El hombre ya es un anciano. El
hijo ya es un hombre. Siguen viviendo en la misma casa. En una ocasión sin nada
de particular conoce a la que sería su mujer. Se casan y ella pasa a vivir a la
que era la casa de la familia de su marido.
Un año más tarde y la mujer se encuentra en la
dulce espera. Da luz a un varón. Todos rebozan de alegría.
Pasan algunos años más y el ya abuelo comienza a
mostrar señales se vejes y senilidad. La mujer de su hijo lo ignora al
principio, lo trata como parte del mobiliario. Pero la presencia del viejo se
hace notar. Es un ruidoso problema.
Una mañana de tantas la mujer se sienta junto al
esposo a desayunar y le dice sin rodeos que la situación no podía continuar. El
padre debía irse de la casa. Entre ronquidos y otros ruidos y alborotos no la
dejaba descansar. El marido escucha y asiente casa palabra.
El viernes de esa semana le dice el marido le
dice a su padre que al día siguiente irían de paseo.
El sábado a la mañana el marido toma una tela
grande. Con ella se dirige a la habitación del padre a despertarlo. Él ya está
levantado, esperándolo sentado al borde de la cama. Cuando van de salida se aparece el hijo de ya unos seis
o siete años. Quiere ir con el padre y el abuelo de excursión. El padre no
logra convencerlo para que se quede con la madre y parten los tres caminando en
dirección al bosque local. La mujer, entretanto, haciéndose la dormida, escucha
toda la escena desde el cuarto.
El padre, el abuelo y el hijo llegan al bosque. El
padre elige un blanco debajo de un árbol frondoso. Hay una cueva. Acomoda la
manta allí y le dice al abuelo que desde ese día esta sería su nueva morada. El
haría lo posible por acercarse cuando pudiera a traerle alimentos y verlo. Pero
el bosque le aseguraba sustento diario. No tendría problemas y la pasaría de
maravilla. De hecho, la naturaleza traería bríos nuevos a su espíritu. El abuelo
no dice nada. Mira a los ojos a su hijo, lo abraza y lo besa en la frente. Gira
y se sienta sobre la manta.
El padre toma de la mano a su pequeño hijo, dan
la espalda al abuelo y comienzan a caminar para volver a la casa. El pequeño se
suelta de la mano de su padre. Quiere saludar una vez más al abuelo. El padre
sigue caminando, más lentamente.
Pocos minutos después el niño alcanza al padre.
Para sorpresa del último, el niño tiene en sus manos la mitad o parte de la
manta del abuelo. — ¿Para que traes esa manta hijo?—Pregunta el padre. —Para ti
cuando seas más grande—responde el hijo.
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