Wednesday 12 February 2014

Las 24 horas. Capítulo Final: Cerrando Círculos


Pasaron tantos años, creo que 16. La vida siguió. Daniel volvió casi cada año a San Miguel. El resto de la familia sigue allí. Amigos y compañeros de la infancia también. Las costumbres diarias casi no han cambiado. Al principio le producía una cierta nostalgia volver. Hace tiempo había escuchado una frase que decía algo así: lo difícil de volver cuando uno se ha ido mucho tiempo no radica en que las cosas hayan cambiado mas en que aun sigan igual. Cuando lo escuchó por primera vez lo entendió literalmente. Y sí, tuvo miedo de volver. Cuando llegó, quiso huir. Se ahogó en su propio ser esos días. Ahora comprendía: la frase no se refería a los demás. Se refería a él.
Es que aventurarse al mundo como lo hizo y volver al punto de partida siendo el mismo definitivamente hubiera sido triste. Debería ser por eso aquellas sensaciones encontradas hace tiempo. Pero, con las cosas y personas y situaciones que había vivido, sobrellevado y soportado o que le pasaron por encima en el trayecto, hoy se sentía cansado pero sólido por primera vez en la vida.
Vivía en Buenos Aires. Después de idas y venidas, terminó la Universidad solamente un año más tarde de lo planeado (que de todas maneras lo llevó a terminar exactamente de acuerdo al plan oficial de la carrera). Había cambiado varias veces de trabajo. Había sido protagonista en varias camas ajenas pues prefería mantener la suya para el descanso. De parejas, no le aparecieron, o mejor, no las escogió pese a la abundante oferta. Comprendió hace tiempo que la soledad no era su enemiga ni un estado, era una decisión.
A veces la vida nos lleva a lugares físicos y no físicos y debemos entregarnos. La mayoría teme perderse, equivocarse, no volver a encontrar el camino. Daniel se perdió. Se animó a perderse. Pero perderse, entregarse, implica rendirse, dejarse llevar. Cuando nos dejamos llevar y estamos por entero entregados en cuerpo, mente y espíritu, y a la vez logramos ser presentes, fuerzas que todos sentimos, intuimos, mas no todos queremos aceptar, vienen en nuestra ayuda, nos iluminan. La mente se aclara no porque sabemos que la ayuda está en camino sino porque le quitamos poder a lo que nos sucede o acontece. Y quitándole poder simplemente aceptando aquello que nos sucede o nos acontece evitamos envolvernos en situaciones inútiles de pensamientos sin uso. Es que las cosas son como son. Tan obvio, tan simple.
Si sabemos escuchar, si abrimos nuestro entendimiento y confiamos, nos abrimos al mundo, el mundo se abre ante nosotros, nos da las respuestas que necesitamos cuando las necesitamos. Estar presente, ser, no requiere de tiempo… solamente de un cambio interno. Porque cualquier cambio que deseemos ver en el mundo refleja algún aspecto de nuestro ser que queremos modificar.
En esas situaciones es fácil confundir al otro con algo que necesitamos. De allí, el otro pasa de ser sujeto a objeto de alguna de nuestras tantas necesidades. Luego de un tiempo en que las cosas parecerán funcionar bien, el otro se aleja, no se comporta de la manera que buscamos, o simplemente no cubre nuestras necesidades. Aceptar lo que es implica dejar de mentir, de mentirnos y evadirnos. El otro no cubre nuestras expectativas (ni nunca lo hará) porque la respuesta nunca estuvo fuera de nosotros.