Wednesday 27 January 2016

Mi Primer Libro: Susana y Xuxa

Susana y Xuxa me acompañarían el resto de mi vida, aun viviendo en el exterior. A Susana la recuerdo allá lejos y hace tiempo en el viejo ATC. SU voz inconfundible, su sonrisa grande, y esos cabellos rubios, me levantarían y me levantan el ánimo una y mil veces. ¿Qué me atrapó? No lo sé, pero desde aquellos programas de ATC hace más de 25 años siempre ha tenido ese mismo efecto revitalizador, esperanzador, de lucha.

Xuxa apareció muchos años después, en 1991. Recuerdo a mi hermano el Gordo con la letra impresa de canción que estaban ensayando en la escuela por aquel entonces, creo en la clase se música. “Arcoíris” era aquella canción. Meses más tarde una brasilera alta, rubia, de ojos color del cielo (que nunca más he visto en persona alguna) llegaba a la Argentina, a las pantallas del por entonces TELEFE. Todos los días, de lunes a viernes, a las 17 horas. Mi pasión (no hay otra palabra en el vocabulario humano que lo exprese mejor) fue instantánea. Y, como toda pasión, solamente ha ido creciendo con el tiempo. La idea de un mundo con gente distinta, con distintas capacidades (ninguna “discapacidad” pues todos somos diferentemente capaces), el respecto mutuo, el entendimiento entre distintos, era posible al menos por una hora diaria. Aquello con que había nacido, aquello que Mamá y Papá habían inculcado, estaba allí, en la pantalla chica.

Argentina pasó de ser un país sin gente con síndrome Down, sin sordos o mudos, sin ciegos o gays, sin personas de color, a un país multicolor, multisonoro, con gente de habilidades y capacidades diferentes. Y no es que antes de su llegada no existieran estas personas. Pero no eran vistos o, cuando lo eran, no eran aceptados o aceptables.

Bajó, aterrizó su platito volador (similar en algo al de Odisea Burbujas) aquel 1991 y Argentina abrió los ojos, los brazos a la diferencia. Años después vería, viviría algo similar a esa pantalla chica de las 17 horas en las calles de Londres. Pero esa, esa es otra historia…

El castellano con acento portuñol, la boca con sonrisa estampada, el cabello rubio fino, muy fino, la marquita de cada cierre, los vestuarios que no se repitieron una sola vez en tres años que duró la edición argentina del programa, las canciones superpositivas, los mensajes tan simples cuanto profundos, la lengua de señas y el abecedario internacional… marcó mi infancia y adolescencia… marcó mi vida y el camino que tomaría después.

La vida es aquella que vivimos, o la vida es aquello que percibimos, tal y como lo percibimos. En la misma oración, que a primera vista parece una tautología, tenemos una de las opciones más grandes y más importantes que elegir en esta existencia. Aquella de ver la realidad tal cual es o aquella de ver la realidad tal cual es para uno. Siempre tuve en claro que me queda chica la primera parte de la frase. La realidad “real” es la que se nos presenta, la que los demás nos ponen en frente. La realidad “mía” es aquella que construyo, quizá a partir de la realidad “real” pero no limitada a ésta, ni por ésta. Desde antes, lo hacía, lo recuerdo. Pero, desde que Xuxa entró en mi vida, aun más veo las cosas de otro color, o sin color, o multicolor.


La vida, esa sucesión de hechos y actos venturosos y no tanto, algunos altos, otros bajos, pero siempre ofreciéndome restos, oportunidades, y nunca obstáculos. Y hoy me ofrece, me permite, contarla.

Thursday 21 January 2016

Mi Primer Libro: ¿Qué sigue?

Tenemos hasta ahora a Mamá Griselda y a Papá Jorge (Mami y Papi), mis hermanos Emiliano y Juan (Emi y el Gordo), las abuelas que la vida nos dio (la Tía Raquel y Tita), y algunas tías (Coca y Marta). Seguramente ha habido otros tantos personajes y personas en mi infancia. Pero, si no los he nombrado, es porque no los recuerdo o no merecen la pena en tinta y papel, o simplemente se me escapan ahora mismo. Con esto quiero decir que no es que sean o no importantes; y de hecho, lo habrán sido y lo serán para sus historias personales y la de tantos otros. Mas no lo han sido en la mía. No han dejado marca positiva (o marca alguna) en el camino que me ha tocado andas, quizá.

 
Imagino, pienso, intuyo, habrán sido y serán causas concurrentes si los clasifico de alguna manera… pero tan concurrentes como lejanas. De ninguna manera, o ínfima, quizá, causas necesarias o suficientes, lo dudo. Si es que fuera así, contarían con algunas líneas, al menos, entre estas que escribo incluso ahora mismito. Sin embargo, lo intento, y nada… Ninguna otra persona o personaje me viene en mente de aquella época… y, si lo hiciera en algún futuro, pues me encargaré, quizá, de enmendarlo.

 
¿Qué se viene? Se preguntarán. Pues ¿Quién lo sabe? Es la respuesta apropiada. EL camino de la vida incluye pasos, trechos, vistas, miradas, paisajes, momentos, y personas. Alguna descripción aquí, algún razonamiento por allí, u otra meditación por allá. ¿Seguiré el orden cronológico? Puede que sí. ¿Seguiré un orden aleatorio? Puede que sí. Y es que la vida, al menos para quien escribe, puede parecernos de a ratos en un cierto orden que sigue a aquel que nos es universal. Pero, de un momento a otro, el caos hace de ese orden aquello que no anticipamos, o que no soñamos, o que anhelamos y no nos animábamos a buscar.

 
Fiel a esa visión, estas páginas, estas líneas, siguen ese estilo que, en definitiva, creo la vida misma nos ofrece. De a momentos transicional, de a momentos lineal, de a momentos, ininterrumpida zozobra, en otros, elevación continua, o puntos finales infinitos de tantas historias y comienzos también infinitos de tantas otras. O personas y personajes que como hojas, vienen y van, o nos son perennes, o nos acompañan una, dos, tres temporadas.

 
Así que, con total sinceridad, no puedo adelantar que se viene. Pues, si es simplemente un recuento de mis pasos anteriores, solamente estaría trabajando, volcando, dejando fluir un diario. Y estas líneas no fueron pensadas, originadas, ideadas, para constituir solamente un diario. En parte, puede que lo sea. De todas maneras, es eso, una parte. La inspiración me dice, me susurra, que esto se ira haciendo, como la vida misma, como quien escribe, pues en definitiva, todos somos, todo es, siendo, no sido, o no aquello que seré, mas aquello que soy siendo en este mismo instante en que las yemas de los dedos golpean estas teclas.

Wednesday 20 January 2016

Mi Primer Libro: Las Tías Coca y Marta

¿Tíos, tías, primos, primas? Se preguntarán. Seguramente los tuve y debo de seguir teniendo. Recuerdo más los del lado materno. Los del paterno, casi sin excepción, me resultan extraños. Tengo algunas imágenes de chico, de algún cumpleaños, o fiesta de fin de año. Pero, en general, no participábamos (o no éramos invitados) en esas reuniones. Más grande, hoy que escribo, ya he perdido total contacto con ellos, y solamente he vuelto a ver a algún que otro tío o tía paternos por algún accidente en la familia. ¿Los extraño? No se puede extrañar a quien no se conoce o no se ha tenido en momento alguno y, en realidad, no los conozco.

Del lado de Mamá, una familia numerosa, pero varios hermanos y hermanas se fueron cuando aun eran muy pequeños (creo polio o algo así). Tengo, sin embargo, sus rostros presentes pues sus fotografías de antaño aun cuelgan en el primer piso de cas, entre las habitaciones de Mamá y Papá y las nuestras. Nunca he visto en otro lugar fotografías como estas, en principio, reproducciones mecánicas como cualquier otra que hayan visto, pero de alguna manera, retocadas, repintadas, haciéndolas casi reales, vivas, expresivas.

Las que recuerdo, las Tías Coca y Marta. Coca aun sigue en esta existencia. Marta era demasiado leve, casi incorpórea para quedarse aquí mucho más; seguramente un injerto entre humano y ángel, tenia todas las propiedades (o eso recuerdo) y se fue a volar pronto, muy pronto.

A Coca la tengo presente, como a todas las Curti, de cuerpo formidable, fuerte y erguido, directa, sin nada de rodeos, voz precisa y seca, trabajadora como no he conocido a otros. Había heredado (creo) la carnicería del padre de Mamá. Casada con “el Nene”, otra presencia de aspecto a columna humana que siempre habló en un idioma inteligible (la única persona que conozco con idiomas creados a medida, el Nene y el Gordo; obviamente, idiomas o dialectos que les son propios y exclusivos). Recuerdo de chicos, luego de la escuela, los viernes, ir en el auto con Papá a buscar la leche y la carne para toda la semana siguiente. Así que cada viernes veíamos por unos minutos a Coca o al Nene o a los dos.

A Marta,  como dije antes, el viento se la llevó joven. Diabética desde que recuerdo, empezó con una infección en un dedo de uno de los pies, y le fue amputado. Luego, la pierna hasta la rodilla, y luego hasta el muslo. Lo veo aun en la silla de ruedas, de unos poco más de 40, quizá. Cuando la infección pasó a la otra pierna y hubo que empezar a amputar, ya sabíamos que se estaba despidiendo. El último recuerdo que tengo de Marta es en un hospital, en su silla de ruedas, con una sonrisa grande, la de siempre (o al menos, la que el que escribe siempre le verá).

Era la madrina de Emi, pero era y es mi tía preferida. Nos trataba como familia. Sé que sonará raro, extraño, pues lo demás, en teoría, lo eran, lo son también. Pero de la teoría y los títulos a la práctica, mucha diferencia existe, como lo han probado en incontables ocasiones. Y Marta fue la única tía a la que le quedó chico el título. A las y los demás los veo y vi siempre como a los o las hermanos y hermanas de Papá o Mamá. No uso los términos tío o tía, no los siento, o mejor, no me vienen naturalmente.

Marta cocinaba rico, era graciosa, se reía y hacía reír. Un plato que me viene en mente pues Papá siempre lo mencionaba: los “fatay” de la Tía Marta. Pero además de los “fatay”, dulce o salado, cualquier cosa le quedaba rica, deliciosa. De voz alegre y chillona, entraba en la habitación, o uno la veía, y la cara se iluminaba. Era de esas personas que irradian energía positiva sin miramientos. Quizá eso le pasó, y un día se apagó. Pero, estoy seguro que, como todos los seres de luz que somos así, sigue aquí, o allí, en otra forma, alegrando a quienes nos alegraba, acompañándonos… Y es que un cuerpo físico no le alcanzaba, simple… La Tía Marta…


Thursday 14 January 2016

Mi Primer Libro: La Tía Raquel y Tita

Éramos felices, muy felices cuando chicos. La casa siempre con aroma a hogar desde las comidas de Mamá hasta el olor a lavandina. Los mates de leche con la Tía Raquel, las tortas, budines, buñuelos, y pasteles de Tita ¡Que linda infancia!
Se preguntaran ¿Quiénes son la Tía Raquel y Tita? Simple: las abuelas que la vida siendo buena un día nos regaló.

La Tía Raquel era en realidad la Tía de Mamá. La recuerdo bajita, canosa, y con anteojos; el pelo gris o blanco todo en rulitos diminutos, creo. Venía de visita una vez por semana o la traía Papá cada fin de semana cuando él trabajaba en Pergamino. Llegaba generalmente el viernes a la noche o el sábado a la mañana. Jugábamos a las cartas y tomábamos mate de leche con ella. A la noche nos íbamos los tres con Mamá arriba y dormíamos en la misma habitación, creo en una cama grande, a puerta cerrada desde adentro y con llave. Mientras, abajo, dormía la Tía Raquel en el sillón. Hoy que escribo estas líneas me rio. Si en realidad hubiese entrado alguien una de esas noches a robar o algo así, ¿qué defensa iba a ofrecer una viejita de algo como entre 80 y 90 años?
En esa época no contábamos con línea de teléfono, los celulares o móviles no existían, así que de haber pasado algo hubiésemos estado a la buena de Dios.

A Tita también la recuerdo desde el principio. Amiga de la familia, del barrio, nos tomó cariño, nos adoptó, la adoptamos. Los tres hijos que tuvo ya estaban grandes, aun no le daban nietos, así que fue algo tan simple como natural: nosotros tres ganamos una abuela y ella, tres nietos. No puedo pensar, concebir una abuela mejor. Nunca conocí a los abuelos paternos o maternos. O si lo hice, no los recuerdo. Se fueron a otro nivel de existencia cuando éramos aun demasiado chicos. La última  fue la Mamá de Mamá (nunca los he llamado abuelos pues me ha sido imposible sentir por aquellos que no he conocido, nunca pude). Creo que murió cuando el que escribe tenía unos cinco o seis años, así que mis hermanos eran aun más pequeños, entre dos y tres imagino. Solamente recuerdo una sombra, la de una señora, sentada frente a una ventana o ventanal grande en la sala de estar, la sala principal, siempre mirando hacia fuera, como esperando que algo o alguien apareciera. De los demás, de los padres de Mamá y Papá, nada, absolutamente nada consigo asociar.

Volviendo a Tita, no recuerdo exactamente cuando entró en nuestras vidas. Como adelantara, la veo en casa desde siempre. También, como la Tía Raquel, de fin de semana, generalmente los sábados a la mañana o temprano en la tarde, cuando Papá trabajaba en Pergamino. No se quedaba a dormir, mas bien de visita. Una especie de Mary Poppins argentina, sin el paraguas con cabeza de pájaro, pero siempre con al menos una bolsa, una canasta, algo para los tres. A veces coincidía con la Tía Raquel, pero no siempre. Tomábamos mate de leche, y nos cocinaba o traía algo generalmente dulce. Así conocí los buñuelos, las tortas fritas, y no sé cuantas delicias más. Quizá las conocía desde antes, pero las de Tita las recordaré siempre como las primeras, y las mejores. También pasteles, tortas con su molde especial con hueco en el centro, y tantas cosas más. ¡Como esperaba los sábados solamente para verla y tomar jaros y jarros de mate de leche! Escribo y hasta recuerdo el sabor en la boca de la leche tibia, con azúcar o con miel.

Estoy seguro que de haber tenido el poder de elegir una abuela no habría podido hacer mejor. Una vez alguien me dijo o escuché que el nombre de uno suena especia; en los labios de ciertas personas, y que para cada uno es diferente. Lo pienso, y la voz de Tita me viene nítida a la mente… Jorgito…


De una familia humilde, una de las tantas cosas que aprendí de Tita es la que Mamá aun repite usándola como ejemplo, y es que aun siendo pobre se puede ser limpio. La casa de Tita tenía en aquel entonces piso de tierra alisado. Era y es tanta su pulcritud que con total tranquilidad y absolutamente seguro de la higiene se podía comer sentado sobre el mismísimo piso de la cocina o del comedor (y no exagero). La pulcritud y el detalle se extendían (aun lo hacen pasados los 80 años) de su persona a su casa y viceversa. Tener pocos o muchos medios nunca fue razón o excusa para ella. Con agua, jabón o lavandina y un poco de voluntad y mucha magia, suficiente.

Tuesday 12 January 2016

Mi Primer Libro: Los Tres

Éramos tranquilos y obedientes. Como Papá se la pasaba de lunes a viernes trabajando en el juzgado, y sábados y domingos en Pergamino (ciudad a más de 300 kilómetros de nuestra casa), mayormente estábamos con Mamá los días de semana. Y nos acompañaban los sábados y domingos las abuelas que nos dio la vida, Raquel y Tita. A ellas me referiré pronto pues son y han sido las que nos han acompañado toda la infancia. La vida no quiso que conociéramos a los abuelos maternos o paternos. Creo la última en dejarnos fue la Mamá de Mamá cuando apenas y quien escribe tendría unos cinco años. Solamente me queda el recuerdo de una señora de negro (o algún otro color oscuro) siempre sentada en la misma silla, mirando a través del ventanal de la sala principal, con la mirada perdida (o fija) hacia fuera… como esperando algo, o a alguien. Así las cosas, de los demás abuelos no me queda memoria alguna. Y, sin embargo, la vida nos recompenso de sobra, empezando con Raquel y Tita; y a ellas se les unirían unos pocos pero icónicos en nuestras vidas personajes. Pero esa, esa es otra historia.

Cuando empezamos la escuela lo único que cambió es que de lunes a viernes, por la mañana, estábamos fuera de casa. Pero el resto, más o menos igual por años. Recuerdo esa época con mucho cariño, y cierta nostalgia.

Los tres jugando o haciendo los deberes entre la sala principal y la cocina (una contigua a la otra). A la mesa o en el piso. No recuerdo pelea alguna. A veces cada uno en lo suyo, otras los tres juntos en algo, otras de a dos, mayormente Emi y el Gordo de un lado, y quien escribe del otro (sí; efectivamente siempre fui el “hermano mayor.”). Cortando cartones, dibujando, pintando, armando castillos de naipes (cartas en Argentina), creando artefactos, robots, construcciones varias con rasties (Lego en otros países, supongo), y de vez en cuando, mirando TV… no mucho por cierto: Carozo y Narizota, las Trillizas de Oro, el Chavo del Ocho y el Chapulín Colorado, Odisea Burbujas, Mazinger Z, Robotech, Ángel la niña de las flores, la abeja Maya, y algunos más que se me escapan en este momento en que escribo estas líneas.


De allí en más Emi se perfiló como el inventor en la familia. Desde dibujar, hasta construir automóviles u otros rodados, aeroplanos, personas diminutas de la nada, con papel, cartón, madera, lo que hubiera a mano. El Gordo, lo opuesto; es decir, una habilidad innata para desarmar cualquier artefacto por complejo que sea, encontrar intuitivamente el defecto, solucionarlo, y volverlo a dejar en el estado en que estaba antes de someterlo a la operación, pero esta vez, funcionando. En mi caso, me recuerdo escribiendo desde siempre. Algún que otro dibujo, también. Nunca con el avanzado estándar que le ha sido siempre natural a Emi. Sí, en cambio, el uso del lápiz (o cualquier otro instrumento que me permitiera escribir) y papel para plasmar ideas a través de la palabra. Coincido, lo he leído alguna vez de alguien más. Ellas vienen sin que las llame. Y la mano, o las manos, se transforman simplemente en el medio en que esas palabras se expresan. Es un estado extraño de explicar, de describir. La sensación es la de estar fuera del cuerpo físico y, a la vez, observar desde algún otro lugar, sentir quizá, como esas extensiones con dedos toman la pluma y comienzan a garabatear trazos sobre el papel. Ni siquiera pienso en el contenido, nunca lo he hecho. Solamente fluía, como fluyo ahora.