Llueve,
lo veo a través de la ventana. De a ratos caen gotas espaciadas que revientan
contra el vidrio. No creo que será torrencial. Pero el cielo continuará gris de
seguro. Lo intuyo. Es uno de esos días de verano que más bien pertenecen a otra
estación y sin saber cómo terminaron en esta.
Llueve
un poco más. El vidrio está cruzado de líneas rectas de agua en puntos que se
entrelazan en distintas formas geométricas y dejan aparecer triángulos y
rombos, mayormente. Estoy entredormido, ¿o es que ya me dormí? No puede ser,
¡si acaso estoy escribiendo! Pero, ¿lo hago? Parpadeo… y veo solamente
garabatos sobre el papel.
Sigo
aquí… pasaron ¿cuántos?, ¿unos minutos? Me fui, ¿a dónde? El cuerpo evidencia
la misma posición, en el mismo lugar, que momentos antes.
Aun
llueve. La ventana ahora, con una cara totalmente cubierta de puntos líquidos y
traslucidos. Unas contra otras las observo unirse y caer, resbalando hasta
perderse de vista. ¿A dónde irán las gotas?, ¿a dónde va esa gota? Imagínome
una de ellas. Hoy, ahora, soy una gota. Un segundo después, una línea de agua
sobre la ventana; corro hacia abajo junto a otras, y termino con tantas más en
pequeños charcos al borde de la ventana. ¿Sigo siendo gota o soy el charco?
¿Puedo ser uno y el otro? ¿O debo aceptar que deje de ser gota para amalgamarme
a otras y ser algo distinto, más grande, sí, pero no gota? ¡Qué vida corta la
de la gota de agua! O más bien, si sigo siendo gota aun estando en el charco,
entonces lo seré también cuando el charco se haga de más gotas y se transforme
en chorro de agua, y caigamos todas más abajo, al suelo. Y de allí, a la tierra
o a alguna alcantarilla en la acera. ¿Y luego? Pues luego, torrente en la
alcantarilla o esparcidas en el suelo para ser absorbidas por alguna otra forma
de ser o evaporarnos, evaporarme con los primeros calores. ¿Sigo todavía siendo
gota? No lo sé. Si ahora estoy dentro de esta planta o aquel animal, o en una
nube, parece que de mi yo como gota ni cuenta queda. Pero me equivoco, quizá.
¡Qué difícil
esto de ser gota! O mejor, ¡que aventura la de la gota! Un segundo, estoy allí,
arriba, bien alto; al otro me estrello y bajo no imagino hasta que
profundidades. De estar entre muchas, a quedarme sola, y volver con otras
tantas. Corremos, nos estancamos, saltamos, volamos, flotamos, somos livianas,
más que el aire, y pesadas instantes después.
Vuelvo
en mi. ¿O vuelvo a mi? ¿Y no es que somos como las gotas?, ¿como esa gota?