La segunda
carta que me gustaría hacerme llegar hace tantos años ya: siempre, siempre
respeta y escucha a Mamá y Papá.
Lo he hecho
y aun lo hago. Pero de tanto en tanto, reconozco, me he cerrado. Jorge:
recuerda que gracias a ellos estás escribiendo estas líneas y las estás leyendo
también. De hecho, gracias a ellos aquí estás, en esta existencia. No me
refiero solamente a la biología y el embarazo, sino, recuerda, años luego
cuando la púrpura y el comienzo del asma. Sino hubiese sido por esa paciencia y
templanza, esa determinación titánica de sacarte adelante, quien sabe si yo
estaría escribiéndote ahora y tú siquiera leyéndome.
Si los
escogimos o nos tocaron en suerte, ¿quién sabe? Una cosa ten por seguro: son la
mejor Mamá y el mejor Papá que nos, que te han podido tocar o has podido
escoger. Siempre contigo estarán, acá, allá, y más allá. Cuando cometas
errores, o antes de cometerlos, te guiarán. Ojalá los escuches siempre. ¡Me
hubieras, nos hubieras evitado tantos dolores de cabeza!
Se
confidente con ellos, absolutamente transparente, honesto, sin secretos de
ningún tipo. Ellos no te juzgarán; al contrario, te comprenderán y aconsejarán
pensando en ti, incluso contra ellos mismos.
Tantos recuerdos,
tantos ahoras, tantos antes que es difícil elegir solamente un puñado. Tampoco
sería justo relatártelos si aun no los has vivido. La canción de Sandro “Manos
Adoradas” es casi una definición. No son manos suaves; algo ásperas, ajadas de
tantas horas, años de trabajo. Nunca se pinta las uñas ni lo hará. Como
demasiado, usará algún barniz transparente para protegerlas un par de veces
cada año. Son, han sido las manos que recuerdo de chico para peinarnos, hacer
una torta en la cocina, planchar, baldear los patios, tomarnos la fiebre
acariciándonos la frente, curarnos el empacho, hacernos masajes circulares en
la espalda y palmoteos huecos durante nuestros ataques de asma, cambiarnos las
camisetas empapadas de sudor por alguna fiebre. Esas manos estarán siempre allí
para coserte las alas… tantas veces. Aun hoy lo hacen. La devoción por la
música, el piano y el violín nos vienen de ella, y de ese lado de la familia.
La historia de Giambattista Curti, su abuelo, nuestro bisabuelo, el compositor
de entre tantas “Torna a Sorrento” sería y es parte aun de la leyenda familiar,
y de la nuestra obviamente. De allí, el violín y el piano. Este último,
reforzado por el Berlín Alemán que existe en casa desde que recuerdo, regalo
del Papá de Mamá, Antonio Curti, cuando ella cumplió los 15 años. Las de veces
que he escuchado y habrás de escuchar sentado al piano tocando clásicos. “Para
Elisa” será siempre mi preferida, la canción de Mamá, la que en cualquier
momento y lugar en el mundo me la hace presente, en una presencia que, para los
que han vivido esa sensación, es real y tangible. Me entenderás pronto.
Si de Mamá
las manos, de Papá la mirada. Siempre ha sido de dar charlas largas, de ahondar
en ideas hasta el hartazgo. Con la edad he comprendido mejor que algunas ideas
necesitan ser suavemente explicadas o presentadas para ser mejor digeridas. Ten
paciencia. Él es un experto en esto. Antes entendía esas charlas como un
soporífero (te aseguro, sentirás lo mismo); hoy las reconozco como un arte
detrás de esas detenidas frases en detalles y contenido. Sus ojos, inmutables.
Siempre seguro de lo que dice. Si no lo está, no lo demuestra en absoluto.
Inspira esa misma solemnidad y concretitud que no he visto más que en la
pantalla chica o en el cine. Siempre ha sido así, sólo que ahora soy yo quien
se da tiempo en saborear cada palabra, cada diálogo que tenemos. De una agudeza
y poder analítico que jamás he observado en otro individuo, hemos tenido la
suerte, junto con la intuición de Mamá, de hacernos de dos consejeros de vida
expertos en ver a través de las personas, las vicisitudes, y lo inesperado.
Si algún día
te pierdes, vuelve a ellos, pues volviendo a ellos encontrarás nuevamente el
inicio, tu inicio y todo, absolutamente todo tendrá sentido.