Mi primer viaje de larga distancia solo, al que
seguirían tantos otros. Han sido varios, ciertamente. Si no me equivoco,
Bariloche fue el primero. Tendría escasos 20 años, ya me había recibido,
trabajaba ad honorem dando clases y, creo, en tribunales. Un par de ex alumnos
me habían invitado varias veces a visitarlos. Subrayo ex alumnos pues nunca he
sido de los profesores o maestros que entablan relaciones con alumnos mientras
están dando clase. Creo, siempre he creído, en mantener las cosas separadas, en
distintos compartimientos. Permite ver más claro y evita muchos dolores de
cabeza.
Como iba diciendo, estos ex alumnos habían requerido
en varias ocasiones mi presencia en el sur. Coincidentemente, ambos vivían en
Bariloche, cada uno con su familia. Luego de pensarlo un poco, me decidí,
compré el pasaje en colectivo, empaqué, y me fui. Años antes había estado en
Bariloche, en invierno, con los compañeros de graduación de la secundaria. La
experiencia había sido de esas que da lo mismo olvidar que recordar. Un grupo
grande de unas 60 personas de entre 17 y 19 años de edad, por una semana en el
sur, lejos de la familia.
Esta vez iba solo a un lugar en el que ya había
estado, pero ahora en verano (al menos, eso recuerdo; sería diciembre, antes de
las fiestas, y hacía calor). Con los años he descubierto que olvido detalles de
tiempo y espacio pero nunca las sensaciones. Como si recuerdo que estaba
soleado, con cielo celeste, y calor algo abrumante en Buenos Aires, y debía de
ser diciembre o enero. Sin embargo, creo que debería de haber sido diciembre
pues también recuerdo la urgencia de volver antes de Navidad.
Recuerdo llegar a la terminal de ómnibus en La Plata. No recuerdo como
llegué; imagino Papá me habría llevado. Lo más nítido que veo es un ómnibus grande,
coche-cama o semi-cama (creo, cama), de asientos enormes, dos o tres por hilera
(dos juntos, pasillo, y el tercero); quizá. Viajo en uno de los dos asientos
juntos; al lado, mi compañero sería un niño de unos 10 años. Otras
personas mayores alrededor.
¿Qué recuerdo del viaje aquel? No mucho. Sin embargo, le guardo un
tremendo cariño. Seguramente, la pasé bien y la compañía fue más que grata. Si luego de 17 horas en un ómnibus no lo hubiera sido, de
seguro hasta el día de hoy lo tendría presente. En cambio, recuerdo risas, camaradería,
el compartir, charlas largas, silencios…
Fue el primero de varios; y hoy que escribo después de tantos años
estas paginas (casi 20 han pasado) se me ilumina el rostro. Empezaba a caminar
en camino de la aventura de la vida solo; o mejor dicho, todo uno, en cuerpo,
mente, y alma, siendo iluminado por las experiencias de otros, y tocando, sin
saberlo, también sus vidas…