Ringuelet, Partido de La Plata,
Provincia de Buenos Aires, Argentina. Allí comenzó todo. Por aquel entonces, que
distinto se veía. Recuerdo las calles de tierra que, para hacerlas algo más
accesibles tanto para las personas cuanto para los vehículos, eran atiborradas
cada muy tanto por el municipio o los vecinos (mayormente, los vecinos) de
“mejorado.” El mejorado era simplemente una mezcla de piedras de distintos
tamaños, en principio pequeñas, pero que en ocasiones hacían más daños que las
mejoras que prometían.
A cada costado de las calles,
las zanjas. Sí, por aquel entonces no existía el entubado. Parece que han
pasado cien años, pero han sido solamente unas dos, tres, o cuatro décadas.
Cabe recordad que para la época en que nuestra niñez tiene lugar, Argentina
estaba atravesando un período de gobierno militar. Como consecuencia, el país
entero estaba encerrado en sí mismo. Y como uno de los tantos resultados, la
modernidad llegaba muy espaciada, lentamente. Pensar el asfalto, cemento, era
posible imaginándolo, soñándolo, o viviendo en alguna capital del país, pero en
el centro, o muy cerca del centro.
Hoy considerado parte del Barrio
Norte platense, ayer la travesía desde y hacia Ringuelet era algo así como ir a
algún punto lejano en medio oriente o más allá. Barrio Norte, por si acaso,
tiene que ver en Argentina con sinónimo de dinero, clase alta o media-alta, casas
grandes, automóviles grandes y numerosos, grandes extensiones de terreno,
verde. Claro, en aquella época era más bien la barbarie, la parte de las
capitales que estaba de costado. ¡Cómo cambia la percepción de uno, y de la
sociedad, en tan poco tiempo!
Negocios, comercios, casi
inexistentes. Sin embargo, recuerdo aquellos que han estado y aun están. La
panadería a la vuelta de casa. Es cierto, casi no íbamos, pero aun la recuerdo.
En particular, por la hiperinflación bajo el gobierno de Alfonsin. Ir por pan
el mismo día, a tres horarios distintos, y pagar tres precios distintos
también, obviamente cada vez mas caro.
El inicial instituto de inglés
de Graciela, a unos doscientos metros de casa. Me llena de orgullo pues en
aquel entonces, el instituto era en realidad el living de los padres de
Graciela. Nos sentábamos a la mesa, creo que larga y oval, y hasta me parece
verla aproximándose desde la cocina para comenzar la clase (creo que por aquel
entonces la cocina era contigua al living). Hoy se yergue en el mismo lugar uno
de los tres modernos Institutos de Inglés, con Graciela a la cabeza, que se
hallan distribuidos por la ciudad.
La estación de trenes de la
línea Roca que va y viene entre La Plata y Buenos Aires, o, como le seguimos
diciendo pese a décadas después del cambio por Ciudad Autónoma, la Capital
Federal. De espaldas a casa, a unos 300 ó 400 metros. Como todas las estaciones
de Argentina, de estilo inglés. De hecho, según cuenta la leyenda, ellos la
construyeron. Creo que finalmente están trabajando en la electrificación de
todo el ramal. Y digo finalmente pues sucesivos gobiernos lo han prometido por,
al menos, cuatro décadas. Esto sí me llena de nostalgia pues aun luego de haber
usado los trenes mas modernos por distintas partes del mundo, ninguno ha podido
ocupar el lugar que ocupa en el alma de quien escribe el Roca. Vagones sin
ventanas, o con ventanas sin vidrio, o imposibles de abrir o cerrar, con
asientos sin asiento, o totalmente metálicos y “congelantes” en invierno. A
veces con puertas de entrada y salida, otras simplemente los huecos. Pero que
delicia inexplicable el ir sentado en esos huecos, en el estribo, observándolo todo
pasar estación tras estación. Ahí sí que somos todos iguales. Como en la
muerte, como en el nacimiento, como en el Roca. No hay primera clase, no hay
segunda clase, somos todos la misma clase.
Muchas cosas más que contar,
describir, relatar, recordar de Ringuelet. Pero por ahora, será hasta la próxima.