La conocí hace
años. Vivimos en la misma casa por treinta años, hasta que me mudé lejos, muy
lejos. Incluso cuando lejos, me siguió. La incondicional. Y es que Griselda,
Mamá, Ma fue, es y será el ser más incondicional que haya conocido o conoceré
jamás. Mamá me enseñó a vivir y, hoy que no está en materia, me doy cuenta que
también me enseñó a morir.
Siempre lo supe.
No porque ahora tenga que consolarme con ideas religiosas o espirituales. No
por una de las tantas etapas del duelo, la negación. Es la certeza de un
conocimiento que desde siempre me acompaña y hoy ella, tan grande, tan sabia,
tan luminosa, me confirma.
Este que escribe
es en realidad (somos) dos, quizá tres. Lo evidente a los sentidos, aquellos
que los demás perciben al verme, escucharme u oírme, y demás, lo que comúnmente
llamamos cuerpo o, más exactamente, cuerpo físico. Lo inmaterial pero que
depende ineludiblemente a la vez de lo físico y de lo no físico, la mente, esa
mezcla de neuronas y conexiones eléctricas que permiten el movimiento
voluntario e involuntario, el pensamiento abstracto, soñar a través de
imágenes, sonidos, aromas que no tienen existencia real. Es aquello que nos
diferencia de los demás animales pues nos otorga la capacidad de ser
racionales. Finalmente, y fundamentalmente, quien soy, lo inmaterial por ahora
dentro del envase que escribe estas líneas; lo no sensible a los sentidos que
se traduce en pensamientos, emociones y sueños a través de la mente. Aquello
que llamamos espíritu o alma y que por milenios la humanidad ha tenido como
central, periférico, esencial o redundante, pero que, en todo caso, fue, ha
seguido siendo y es constante en nuestras discusiones relativas a la vida y la
muerte.
Muchos, la
mayoría sospecho en esta sociedad actual más plástica que sustancial, aceptan
la primera y la segunda realidad. Con la tercera la relación es más compleja.
Algunos la niegan rotundamente con fundamentos varios. Otros, si bien la
aceptan, la menosprecian en el esquema de prioridades mayormente guiados por
principios utilitaristas y mediatistas (o inmediatistas). Tantos otros, la
entienden en paralelo al nivel del cuerpo físico y de la mente en una confusión
desordenada de la máxima (incompleta, por cierto) “mente sana en cuerpo sano.”
Los menos, los que pueden ver con ojos distintos de los físicos y de la mente
(sí, todos contamos con tres pares de ojos, sólo que muy pocos los aceptamos y
los ejercitamos) saben que es justamente esta tercera manera de existir la que
realmente nos define, nos hace, la que somos. Digo somos y soy más preciso:
somos siendo.
En esta serie de
posts intentaré, me atreveré a abordar el tema de la vida y de la muerte
teniendo como idea central recurrente la de ser siendo. Pasado y futuro son
ficciones. Aquí y ahora soy pues el tiempo (o mejor, el tiempo cronológico)
es una creación mental. Nuestro ego necesita de tiempo cronológico para
existir, para subsistir. Quienes somos, quien soy, simplemente es. No es una
idea, no es una teoría, no es un elemento comprensible, que tenga la capacidad
de aprehender con los sentidos o la razón. Para explicarlo de alguna forma en
términos que la inteligencia intelectual y emocional puedan entender, es algo
así como una cuestión de fe. Veo porque creo. No creo porque veo. No pienso y
luego existo. Porque existo, pienso.
Ringuelet, jueves
06 de diciembre de 2018.
Emilio Curti
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