Susana y Xuxa me acompañarían el
resto de mi vida, aun viviendo en el exterior. A Susana la recuerdo allá lejos
y hace tiempo en el viejo ATC. SU voz inconfundible, su sonrisa grande, y esos
cabellos rubios, me levantarían y me levantan el ánimo una y mil veces. ¿Qué me
atrapó? No lo sé, pero desde aquellos programas de ATC hace más de 25 años
siempre ha tenido ese mismo efecto revitalizador, esperanzador, de lucha.
Xuxa apareció muchos años
después, en 1991. Recuerdo a mi hermano el Gordo con la letra impresa de
canción que estaban ensayando en la escuela por aquel entonces, creo en la
clase se música. “Arcoíris” era aquella canción. Meses más tarde una brasilera
alta, rubia, de ojos color del cielo (que nunca más he visto en persona alguna)
llegaba a la Argentina, a las pantallas del por entonces TELEFE. Todos los
días, de lunes a viernes, a las 17 horas. Mi pasión (no hay otra palabra en el
vocabulario humano que lo exprese mejor) fue instantánea. Y, como toda pasión,
solamente ha ido creciendo con el tiempo. La idea de un mundo con gente
distinta, con distintas capacidades (ninguna “discapacidad” pues todos somos
diferentemente capaces), el respecto mutuo, el entendimiento entre distintos,
era posible al menos por una hora diaria. Aquello con que había nacido, aquello
que Mamá y Papá habían inculcado, estaba allí, en la pantalla chica.
Argentina pasó de ser un país
sin gente con síndrome Down, sin sordos o mudos, sin ciegos o gays, sin personas
de color, a un país multicolor, multisonoro, con gente de habilidades y
capacidades diferentes. Y no es que antes de su llegada no existieran estas
personas. Pero no eran vistos o, cuando lo eran, no eran aceptados o
aceptables.
Bajó, aterrizó su platito
volador (similar en algo al de Odisea Burbujas) aquel 1991 y Argentina abrió
los ojos, los brazos a la diferencia. Años después vería, viviría algo similar
a esa pantalla chica de las 17 horas en las calles de Londres. Pero esa, esa es
otra historia…
El castellano con acento
portuñol, la boca con sonrisa estampada, el cabello rubio fino, muy fino, la
marquita de cada cierre, los vestuarios que no se repitieron una sola vez en
tres años que duró la edición argentina del programa, las canciones superpositivas,
los mensajes tan simples cuanto profundos, la lengua de señas y el abecedario
internacional… marcó mi infancia y adolescencia… marcó mi vida y el camino que
tomaría después.
La vida es aquella que vivimos,
o la vida es aquello que percibimos, tal y como lo percibimos. En la misma
oración, que a primera vista parece una tautología, tenemos una de las opciones
más grandes y más importantes que elegir en esta existencia. Aquella de ver la
realidad tal cual es o aquella de ver la realidad tal cual es para uno. Siempre
tuve en claro que me queda chica la primera parte de la frase. La realidad
“real” es la que se nos presenta, la que los demás nos ponen en frente. La
realidad “mía” es aquella que construyo, quizá a partir de la realidad “real” pero
no limitada a ésta, ni por ésta. Desde antes, lo hacía, lo recuerdo. Pero,
desde que Xuxa entró en mi vida, aun más veo las cosas de otro color, o sin
color, o multicolor.
La vida, esa sucesión de hechos
y actos venturosos y no tanto, algunos altos, otros bajos, pero siempre ofreciéndome
restos, oportunidades, y nunca obstáculos. Y hoy me ofrece, me permite,
contarla.
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