Thursday 14 January 2016

Mi Primer Libro: La Tía Raquel y Tita

Éramos felices, muy felices cuando chicos. La casa siempre con aroma a hogar desde las comidas de Mamá hasta el olor a lavandina. Los mates de leche con la Tía Raquel, las tortas, budines, buñuelos, y pasteles de Tita ¡Que linda infancia!
Se preguntaran ¿Quiénes son la Tía Raquel y Tita? Simple: las abuelas que la vida siendo buena un día nos regaló.

La Tía Raquel era en realidad la Tía de Mamá. La recuerdo bajita, canosa, y con anteojos; el pelo gris o blanco todo en rulitos diminutos, creo. Venía de visita una vez por semana o la traía Papá cada fin de semana cuando él trabajaba en Pergamino. Llegaba generalmente el viernes a la noche o el sábado a la mañana. Jugábamos a las cartas y tomábamos mate de leche con ella. A la noche nos íbamos los tres con Mamá arriba y dormíamos en la misma habitación, creo en una cama grande, a puerta cerrada desde adentro y con llave. Mientras, abajo, dormía la Tía Raquel en el sillón. Hoy que escribo estas líneas me rio. Si en realidad hubiese entrado alguien una de esas noches a robar o algo así, ¿qué defensa iba a ofrecer una viejita de algo como entre 80 y 90 años?
En esa época no contábamos con línea de teléfono, los celulares o móviles no existían, así que de haber pasado algo hubiésemos estado a la buena de Dios.

A Tita también la recuerdo desde el principio. Amiga de la familia, del barrio, nos tomó cariño, nos adoptó, la adoptamos. Los tres hijos que tuvo ya estaban grandes, aun no le daban nietos, así que fue algo tan simple como natural: nosotros tres ganamos una abuela y ella, tres nietos. No puedo pensar, concebir una abuela mejor. Nunca conocí a los abuelos paternos o maternos. O si lo hice, no los recuerdo. Se fueron a otro nivel de existencia cuando éramos aun demasiado chicos. La última  fue la Mamá de Mamá (nunca los he llamado abuelos pues me ha sido imposible sentir por aquellos que no he conocido, nunca pude). Creo que murió cuando el que escribe tenía unos cinco o seis años, así que mis hermanos eran aun más pequeños, entre dos y tres imagino. Solamente recuerdo una sombra, la de una señora, sentada frente a una ventana o ventanal grande en la sala de estar, la sala principal, siempre mirando hacia fuera, como esperando que algo o alguien apareciera. De los demás, de los padres de Mamá y Papá, nada, absolutamente nada consigo asociar.

Volviendo a Tita, no recuerdo exactamente cuando entró en nuestras vidas. Como adelantara, la veo en casa desde siempre. También, como la Tía Raquel, de fin de semana, generalmente los sábados a la mañana o temprano en la tarde, cuando Papá trabajaba en Pergamino. No se quedaba a dormir, mas bien de visita. Una especie de Mary Poppins argentina, sin el paraguas con cabeza de pájaro, pero siempre con al menos una bolsa, una canasta, algo para los tres. A veces coincidía con la Tía Raquel, pero no siempre. Tomábamos mate de leche, y nos cocinaba o traía algo generalmente dulce. Así conocí los buñuelos, las tortas fritas, y no sé cuantas delicias más. Quizá las conocía desde antes, pero las de Tita las recordaré siempre como las primeras, y las mejores. También pasteles, tortas con su molde especial con hueco en el centro, y tantas cosas más. ¡Como esperaba los sábados solamente para verla y tomar jaros y jarros de mate de leche! Escribo y hasta recuerdo el sabor en la boca de la leche tibia, con azúcar o con miel.

Estoy seguro que de haber tenido el poder de elegir una abuela no habría podido hacer mejor. Una vez alguien me dijo o escuché que el nombre de uno suena especia; en los labios de ciertas personas, y que para cada uno es diferente. Lo pienso, y la voz de Tita me viene nítida a la mente… Jorgito…


De una familia humilde, una de las tantas cosas que aprendí de Tita es la que Mamá aun repite usándola como ejemplo, y es que aun siendo pobre se puede ser limpio. La casa de Tita tenía en aquel entonces piso de tierra alisado. Era y es tanta su pulcritud que con total tranquilidad y absolutamente seguro de la higiene se podía comer sentado sobre el mismísimo piso de la cocina o del comedor (y no exagero). La pulcritud y el detalle se extendían (aun lo hacen pasados los 80 años) de su persona a su casa y viceversa. Tener pocos o muchos medios nunca fue razón o excusa para ella. Con agua, jabón o lavandina y un poco de voluntad y mucha magia, suficiente.

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