Éramos felices, muy felices
cuando chicos. La casa siempre con aroma a hogar desde las comidas de Mamá
hasta el olor a lavandina. Los mates de leche con la Tía Raquel, las tortas,
budines, buñuelos, y pasteles de Tita ¡Que linda infancia!
Se preguntaran ¿Quiénes son la
Tía Raquel y Tita? Simple: las abuelas que la vida siendo buena un día nos
regaló.
La Tía Raquel era en realidad la
Tía de Mamá. La recuerdo bajita, canosa, y con anteojos; el pelo gris o blanco
todo en rulitos diminutos, creo. Venía de visita una vez por semana o la traía
Papá cada fin de semana cuando él trabajaba en Pergamino. Llegaba generalmente
el viernes a la noche o el sábado a la mañana. Jugábamos a las cartas y tomábamos
mate de leche con ella. A la noche nos íbamos los tres con Mamá arriba y
dormíamos en la misma habitación, creo en una cama grande, a puerta cerrada
desde adentro y con llave. Mientras, abajo, dormía la Tía Raquel en el sillón.
Hoy que escribo estas líneas me rio. Si en realidad hubiese entrado alguien una
de esas noches a robar o algo así, ¿qué defensa iba a ofrecer una viejita de
algo como entre 80 y 90 años?
En esa época no contábamos con
línea de teléfono, los celulares o móviles no existían, así que de haber pasado
algo hubiésemos estado a la buena de Dios.
A Tita también la recuerdo desde
el principio. Amiga de la familia, del barrio, nos tomó cariño, nos adoptó, la
adoptamos. Los tres hijos que tuvo ya estaban grandes, aun no le daban nietos, así
que fue algo tan simple como natural: nosotros tres ganamos una abuela y ella,
tres nietos. No puedo pensar, concebir una abuela mejor. Nunca conocí a los
abuelos paternos o maternos. O si lo hice, no los recuerdo. Se fueron a otro
nivel de existencia cuando éramos aun demasiado chicos. La última fue la Mamá de Mamá (nunca los he llamado
abuelos pues me ha sido imposible sentir por aquellos que no he conocido, nunca
pude). Creo que murió cuando el que escribe tenía unos cinco o seis años, así
que mis hermanos eran aun más pequeños, entre dos y tres imagino. Solamente
recuerdo una sombra, la de una señora, sentada frente a una ventana o ventanal
grande en la sala de estar, la sala principal, siempre mirando hacia fuera,
como esperando que algo o alguien apareciera. De los demás, de los padres de Mamá
y Papá, nada, absolutamente nada consigo asociar.
Volviendo a Tita, no recuerdo
exactamente cuando entró en nuestras vidas. Como adelantara, la veo en casa
desde siempre. También, como la Tía Raquel, de fin de semana, generalmente los sábados
a la mañana o temprano en la tarde, cuando Papá trabajaba en Pergamino. No se
quedaba a dormir, mas bien de visita. Una especie de Mary Poppins argentina,
sin el paraguas con cabeza de pájaro, pero siempre con al menos una bolsa, una
canasta, algo para los tres. A veces coincidía con la Tía Raquel, pero no
siempre. Tomábamos mate de leche, y nos cocinaba o traía algo generalmente
dulce. Así conocí los buñuelos, las tortas fritas, y no sé cuantas delicias
más. Quizá las conocía desde antes, pero las de Tita las recordaré siempre como
las primeras, y las mejores. También pasteles, tortas con su molde especial con
hueco en el centro, y tantas cosas más. ¡Como esperaba los sábados solamente
para verla y tomar jaros y jarros de mate de leche! Escribo y hasta recuerdo el
sabor en la boca de la leche tibia, con azúcar o con miel.
Estoy seguro que de haber tenido
el poder de elegir una abuela no habría podido hacer mejor. Una vez alguien me
dijo o escuché que el nombre de uno suena especia; en los labios de ciertas
personas, y que para cada uno es diferente. Lo pienso, y la voz de Tita me
viene nítida a la mente… Jorgito…
De una familia humilde, una de
las tantas cosas que aprendí de Tita es la que Mamá aun repite usándola como
ejemplo, y es que aun siendo pobre se puede ser limpio. La casa de Tita tenía
en aquel entonces piso de tierra alisado. Era y es tanta su pulcritud que con
total tranquilidad y absolutamente seguro de la higiene se podía comer sentado
sobre el mismísimo piso de la cocina o del comedor (y no exagero). La pulcritud
y el detalle se extendían (aun lo hacen pasados los 80 años) de su persona a su
casa y viceversa. Tener pocos o muchos medios nunca fue razón o excusa para
ella. Con agua, jabón o lavandina y un poco de voluntad y mucha magia, suficiente.
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