¿Tíos, tías, primos, primas? Se
preguntarán. Seguramente los tuve y debo de seguir teniendo. Recuerdo más los
del lado materno. Los del paterno, casi sin excepción, me resultan extraños.
Tengo algunas imágenes de chico, de algún cumpleaños, o fiesta de fin de año.
Pero, en general, no participábamos (o no éramos invitados) en esas reuniones.
Más grande, hoy que escribo, ya he perdido total contacto con ellos, y
solamente he vuelto a ver a algún que otro tío o tía paternos por algún
accidente en la familia. ¿Los extraño? No se puede extrañar a quien no se
conoce o no se ha tenido en momento alguno y, en realidad, no los conozco.
Del lado de Mamá, una familia
numerosa, pero varios hermanos y hermanas se fueron cuando aun eran muy
pequeños (creo polio o algo así). Tengo, sin embargo, sus rostros presentes
pues sus fotografías de antaño aun cuelgan en el primer piso de cas, entre las
habitaciones de Mamá y Papá y las nuestras. Nunca he visto en otro lugar
fotografías como estas, en principio, reproducciones mecánicas como cualquier
otra que hayan visto, pero de alguna manera, retocadas, repintadas, haciéndolas
casi reales, vivas, expresivas.
Las que recuerdo, las Tías Coca
y Marta. Coca aun sigue en esta existencia. Marta era demasiado leve, casi
incorpórea para quedarse aquí mucho más; seguramente un injerto entre humano y ángel,
tenia todas las propiedades (o eso recuerdo) y se fue a volar pronto, muy
pronto.
A Coca la tengo presente, como a
todas las Curti, de cuerpo formidable, fuerte y erguido, directa, sin nada de
rodeos, voz precisa y seca, trabajadora como no he conocido a otros. Había
heredado (creo) la carnicería del padre de Mamá. Casada con “el Nene”, otra
presencia de aspecto a columna humana que siempre habló en un idioma
inteligible (la única persona que conozco con idiomas creados a medida, el Nene
y el Gordo; obviamente, idiomas o dialectos que les son propios y exclusivos).
Recuerdo de chicos, luego de la escuela, los viernes, ir en el auto con Papá a
buscar la leche y la carne para toda la semana siguiente. Así que cada viernes
veíamos por unos minutos a Coca o al Nene o a los dos.
A Marta, como dije antes, el viento se la llevó joven.
Diabética desde que recuerdo, empezó con una infección en un dedo de uno de los
pies, y le fue amputado. Luego, la pierna hasta la rodilla, y luego hasta el
muslo. Lo veo aun en la silla de ruedas, de unos poco más de 40, quizá. Cuando
la infección pasó a la otra pierna y hubo que empezar a amputar, ya sabíamos
que se estaba despidiendo. El último recuerdo que tengo de Marta es en un
hospital, en su silla de ruedas, con una sonrisa grande, la de siempre (o al
menos, la que el que escribe siempre le verá).
Era la madrina de Emi, pero era
y es mi tía preferida. Nos trataba como familia. Sé que sonará raro, extraño,
pues lo demás, en teoría, lo eran, lo son también. Pero de la teoría y los títulos
a la práctica, mucha diferencia existe, como lo han probado en incontables
ocasiones. Y Marta fue la única tía a la que le quedó chico el título. A las y
los demás los veo y vi siempre como a los o las hermanos y hermanas de Papá o
Mamá. No uso los términos tío o tía, no los siento, o mejor, no me vienen
naturalmente.
Marta cocinaba rico, era
graciosa, se reía y hacía reír. Un plato que me viene en mente pues Papá
siempre lo mencionaba: los “fatay” de la Tía Marta. Pero además de los “fatay”,
dulce o salado, cualquier cosa le quedaba rica, deliciosa. De voz alegre y
chillona, entraba en la habitación, o uno la veía, y la cara se iluminaba. Era
de esas personas que irradian energía positiva sin miramientos. Quizá eso le
pasó, y un día se apagó. Pero, estoy seguro que, como todos los seres de luz
que somos así, sigue aquí, o allí, en otra forma, alegrando a quienes nos
alegraba, acompañándonos… Y es que un cuerpo físico no le alcanzaba, simple… La
Tía Marta…
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