Wednesday 20 January 2016

Mi Primer Libro: Las Tías Coca y Marta

¿Tíos, tías, primos, primas? Se preguntarán. Seguramente los tuve y debo de seguir teniendo. Recuerdo más los del lado materno. Los del paterno, casi sin excepción, me resultan extraños. Tengo algunas imágenes de chico, de algún cumpleaños, o fiesta de fin de año. Pero, en general, no participábamos (o no éramos invitados) en esas reuniones. Más grande, hoy que escribo, ya he perdido total contacto con ellos, y solamente he vuelto a ver a algún que otro tío o tía paternos por algún accidente en la familia. ¿Los extraño? No se puede extrañar a quien no se conoce o no se ha tenido en momento alguno y, en realidad, no los conozco.

Del lado de Mamá, una familia numerosa, pero varios hermanos y hermanas se fueron cuando aun eran muy pequeños (creo polio o algo así). Tengo, sin embargo, sus rostros presentes pues sus fotografías de antaño aun cuelgan en el primer piso de cas, entre las habitaciones de Mamá y Papá y las nuestras. Nunca he visto en otro lugar fotografías como estas, en principio, reproducciones mecánicas como cualquier otra que hayan visto, pero de alguna manera, retocadas, repintadas, haciéndolas casi reales, vivas, expresivas.

Las que recuerdo, las Tías Coca y Marta. Coca aun sigue en esta existencia. Marta era demasiado leve, casi incorpórea para quedarse aquí mucho más; seguramente un injerto entre humano y ángel, tenia todas las propiedades (o eso recuerdo) y se fue a volar pronto, muy pronto.

A Coca la tengo presente, como a todas las Curti, de cuerpo formidable, fuerte y erguido, directa, sin nada de rodeos, voz precisa y seca, trabajadora como no he conocido a otros. Había heredado (creo) la carnicería del padre de Mamá. Casada con “el Nene”, otra presencia de aspecto a columna humana que siempre habló en un idioma inteligible (la única persona que conozco con idiomas creados a medida, el Nene y el Gordo; obviamente, idiomas o dialectos que les son propios y exclusivos). Recuerdo de chicos, luego de la escuela, los viernes, ir en el auto con Papá a buscar la leche y la carne para toda la semana siguiente. Así que cada viernes veíamos por unos minutos a Coca o al Nene o a los dos.

A Marta,  como dije antes, el viento se la llevó joven. Diabética desde que recuerdo, empezó con una infección en un dedo de uno de los pies, y le fue amputado. Luego, la pierna hasta la rodilla, y luego hasta el muslo. Lo veo aun en la silla de ruedas, de unos poco más de 40, quizá. Cuando la infección pasó a la otra pierna y hubo que empezar a amputar, ya sabíamos que se estaba despidiendo. El último recuerdo que tengo de Marta es en un hospital, en su silla de ruedas, con una sonrisa grande, la de siempre (o al menos, la que el que escribe siempre le verá).

Era la madrina de Emi, pero era y es mi tía preferida. Nos trataba como familia. Sé que sonará raro, extraño, pues lo demás, en teoría, lo eran, lo son también. Pero de la teoría y los títulos a la práctica, mucha diferencia existe, como lo han probado en incontables ocasiones. Y Marta fue la única tía a la que le quedó chico el título. A las y los demás los veo y vi siempre como a los o las hermanos y hermanas de Papá o Mamá. No uso los términos tío o tía, no los siento, o mejor, no me vienen naturalmente.

Marta cocinaba rico, era graciosa, se reía y hacía reír. Un plato que me viene en mente pues Papá siempre lo mencionaba: los “fatay” de la Tía Marta. Pero además de los “fatay”, dulce o salado, cualquier cosa le quedaba rica, deliciosa. De voz alegre y chillona, entraba en la habitación, o uno la veía, y la cara se iluminaba. Era de esas personas que irradian energía positiva sin miramientos. Quizá eso le pasó, y un día se apagó. Pero, estoy seguro que, como todos los seres de luz que somos así, sigue aquí, o allí, en otra forma, alegrando a quienes nos alegraba, acompañándonos… Y es que un cuerpo físico no le alcanzaba, simple… La Tía Marta…


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