Tuesday 10 December 2013

Las 24 horas. Capítulo Ocho (segunda parte): Madrid


Era la primera vez que viajaba tan lejos y solo, y por tanto tiempo. El programa comenzaba en febrero y terminaba a comienzos del próximo diciembre. Como llegaba mes y medio antes para hacerse del lugar—y escaparle a las fiestas con la familia, no hubo mayor comitiva para recibirlo en el aeropuerto. La Universidad anfitriona había enviado a último momento a uno de sus alumnos. Así Daniel dejó el avión, hizo los trámites de migraciones, tomó la maleta y salió a través de las puertas a un hall grande con mucha gente. Algunas de estas personas estaban esperando a todas luces a familiares y amigos debido a las fiestas. Otros, simplemente de negocios. Entre ellos, carteles en varios idiomas. Uno indicaba su nombre y apellido. Ahí estaba Carlos López, el alumno de segundo año que se encargaría de él y su traslado.
Se presentaron brevemente. Daniel cortó la conversación en seco sin formalidad alguna para pedir a su guía que lo lleve cuanto antes al hospedaje. Quería desempacar, darse una ducha, comer algo y salir cuanto antes al ruedo de las calles madrileñas.
Tomaron el Metro desde barajas a la ciudad. Carlos ofreció ir en taxi. Si bien Daniel había mostrado apuro, no era el tiempo lo que lo empujaba. Era conocer, ver lo nuevo. Y el Metro ofrecía mucho más aventura para él que un taxi. Después de todo, seguramente sería el medio de transporte que más usaría intuyó. Así que mejor conocerlo cuanto antes. Luego de dos o tres conexiones y varias estaciones llegaron a Duque de Pastrana. Recordaría por año la voz grabada de la mujer al llegar el metro a esa estación—Bienvenidos a Duque de Pastrana. Años después volvería la misma voz a recibirlo, nostalgias…
Cruzaron la calle inmediatamente pegada a la boca del metro. Una y otra esquina, y a unos doscientos metros un grupo de edificios altos. Se dirigían a la séptima planta de uno de ellos entre varios otros. Al aproximarse a la entrada lo recibió una recepción cubierta de vegetación de hojas anchas y largas. De entre ellas, un pasillo ancho de piedra que parecía abrirse y luego cerrarse en una cueva hacia la entrada vidriada principal. Como en Buenos Aires, se sintió inmediatamente libre. Esta vez, sin embargo, la libertad le dolía un poco.
Carlos metió la mano derecha en el bolsillo para tomar las llaves de la puerta de acceso. Abrió y acto seguido se las pasó a Daniel. Este tomó las llaves con una mano y la maleta con la otra y se dirigió  hacia las puertas del ascensor que vio al final del vestíbulo. Carlos lo siguió sin dar indicaciones pues el otro parecía tan seguro de saber dónde estaba y a donde se dirigía que pensó innecesario hacerlo. Ya dentro del ascensor, Daniel mira la botonera y pregunta sin hacerlo directamente a su acompañante— ¿Qué piso? A lo que el otro responde —Planta séptima. Subieron sin dirigirse la palabra. Una vez en la séptima planta, repitieron el procedimiento refiriéndose al número de departamento para uno, y de apartamento para el otro. Así llegaron al apartamento 26 de la planta séptima. Daniel abrió la puerta y se encontró con un ambiente completamente distinto al que le esperara años atrás en Avenida Córdoba, allá lejos en Buenos Aires.
La puerta principal abría a una gran sala con piso de cerámica blanca y paredes también blancas. Sobre el piso, una gran alfombra con borlas en los bordes. Sobre ella una meza con cubierta de vidrio grueso y cuatro sillas de madera pesada, seguramente algarrobo. De costado, siempre en la misma habitación, un enorme sillón de cuero marrón de tres plazas. Frente al sillón, otra alfombra algo más pequeña que la anterior y sobre ella una mesa también con patas de madera y cubierta de vidrio, pero algo menos y mucho más baja, a manera de mesa de te. La habitación toda, que hacía esquina en el edificio, estaba rodeada de grandes ventanales que daban una magnifica vista de la ciudad de lejos. Al costado de la mesa principal, estas ventanas en particular se abrían a un pequeño balcón con piso de madera y barandas metálicas. Otra mesa, esta vez de plástico y metal y dos sillas, también de plástico y metal. Detrás de la gran mesa, y al costado de la puerta de entrada al apartamento, la cocina. Una mesada de mármol negro en forma de “L”. EL piso de cerámica blanca se repetía; en realidad continuaba la misma habitación. Todos los adminículos de la cocina moderna. Abrió la nevera y para sorpresa de Daniel encontró alimentos frescos como para toda la semana, algunas comidas hechas incluso. Abrió las alacenas que estaban por encima de las hornallas para encontrarlas también completas de cajas y latas con alimentos. Recién allí se dio cuenta que sobre la mesa principal había una carpeta con papeles varios de la Universidad anfitriona y una carta del Decano de la Facultad dándole la bienvenida. Entre tanto, Carlos estaba aún al costado del marco de la puerta de entradas esperando a ser invitado a pasar.
Daniel pasó revista del resto del apartamento. Una habitación con cama doble, armario de algarrobo hasta el techo al costado de la puerta, de frente a la cama. Como cabecera, una ventana enorme. Y a ambos lados de la cama dos mesas similares, también de algarrobo. Toda la habitación con piso de la misma cerámica blanca, pero casi cubierta toda por una alfombra azul oscuro. La última habitación no podía ser otra que el baño. De un lado la ducha, del otro la bañera. Pileta, inodoro, bidet, espejo del piso al techo y de pared a pared, un pequeño mueble debajo de la pileta y otro contra la pared. Se sintió feliz. Volvió a la cama y se arrojó encima. En ese instante recordó a su acompañante. Volvió a la puerta donde Carlos aun esperaba. Lo saludó extendiéndole la mano derecha, y luego de un apretón y un gracias, le dio la espalda y cerró la puerta.

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