Monday 9 December 2013

Las 24 horas. Capítulo Ocho: Madrid


La carta, carta que nunca tuvo remitente ni fue enviada, rezaba:

“… sobre qué puedo escribir. Los días pasan lento. El frío es, más que de costumbre, agobiante. Sólo en ocasiones hay suficiente luz solar como para templar el rostro. Casi ya una costumbre, orejas y nariz heladas.

Hoy estoy de camino a Atocha desde Talavera de la Reina. A través de la ventana, vías con miles de viajes en el lomo. A ambos lados, bosques grises sin hojas. Solamente ramas y más ramas tan entrecruzadas que hacen difícil la visión. Entre ellas, pequeños poblados de casas oscuras. Todas de ladrillo de un rojo viejo y opaco, como con musgo. Techos a dos aguas, muy simples y de tejas también negruzcas.

En las estaciones intermedias, donde no se hacen altos, escasa cantidad de personas. Tal vez sea el frío (a esta altura insensible); tal vez la hora (lo olvidada, son casi las dos de la tarde).

///en seguida continúo. Es que parece haber inspección de tickets ahora mismo///

Recordar. Pasiones muertas, sueños eclipsados. ¿Comprendes? Ni vestigios de esa historia. Al menos, nada se mueve aquí dentro. Su rostro, desdibujado. Su voz, olvidada. Sus palabras, arduo resulta encontrarlas.

¿Y duele? No lo sé. Parece que algo. No con seguridad pues aunque no consigue ya despertar esas sensaciones encontradas, algo queda, algo que hace suyas estas líneas.

De tanto en tanto, cada vez más espaciado, la necesidad de pensar un instante en él (sí, él) –aquí el segundo “él” aparece subrayado, vuelve…

Cada día parece tan similar al anterior. Si el cielo no es gris, casi negro seguramente. De tanto en tanto alguna ventana entreabierta entre tanta amalgama de nubes y nubarrones deja entrever algo del celeste cielo al que tanto estaba acostumbrado. De la luz solar escasean las noticias. Ha de ser por eso que la gente aquí es tan pálida. Y si no es esa la razón principal, de seguro contribuye bastante.

También apostaría a que esa falta de luminosidad natural, a la que tan apegados estamos los latinos, seguramente es lo que ocasiona que los lugareños tengan ese carácter tan apocado a esta altura del año, a veces distante, otras ausente, que los hace particulares. En ocasiones me encuentro perplejo ante una charla, simple conversación acerca de cualquier tema y para mi sorpresa, quien sea interlocutor no se expresa a nuestra manera, es decir, directamente. Mas bien es como que en esas circunstancias se ve uno obligado a “leer subtítulos”. Al principio incluso, y en especial si uno no está de visita turística, puede llegar a opacar en algo el júbilo de la experiencia en tierras lejanas. Es cuestión, como todo quehacer humano, de acostumbrarse seguramente. O al menos, eso espero.”

 

Daniel había llegado a Madrid en diciembre. La situación en Buenos Aires se le había hecho insostenible. En lugar de hacer todo cuanto la potencia daba, solamente existía la posibilidad remota de inhalar. Sí, parece increíble pero así era. La sola idea de acercarse a ese recuerdo, ya desmigajado, lo desgarraba. ¿Y por qué continuaba? Creo que, a este punto, podría casi asegurar, porque lo sentía. La vida se transformó en los tres años escasos que pasaron. ¿Para dónde? De seguro, para mal. ¿Lo sabía? Sí; aun en ese estado lamentable en el que pasaba la mayor parte de las horas, un vestigio de humanidad exhalaba de esa persona. Estaba perdiendo todo, si es que algo le quedaba. Es decir, material y familiarmente poseía lo mismo que al empezar aquella aventura. Pero desde él, los lazos que una vez lo unieron con todo lo que conocía y daba sustento a su existencia, habían enflaquecido demasiado. Por dentro, demacrado, obsoleto, inimaginablemente derruido. En el exterior, algo distinto, aunque no todos podían darse cuenta del consumo; él no los dejaba. Y seguía en el mismo lugar de siempre, esta vez sin compañía. El teléfono ya no sonaba. Al menos, no al compás que buscaba. Para peor, le había sido imposible... Muerte de los sueños… ¿Cómo se sigue? Luego que intentamos todo, o al menos así lo creemos, de perseguir aquello a lo que signamos como meta, de posponer o abandonar otras en pos de ésta… y cuando estamos ahí, casi al conseguirla, dependiendo tan solo de nuestra elección, aparece el miedo; el pánico nos invade y… nos alejamos. Se encontraba justamente en uno de esos momentos. No sabía a donde ir, con quien hablar. Pero tenía bien en claro dos cosas: primero, que no podía seguir así; segundo, que debía hacer algo definitivo al respecto. Necesitaba con urgencia un cambio fundamental. Necesitaba aire puro, terminar con las historias sin sentido que se le repetían constantemente en la mente. Necesitaba empezar a vivir de nuevo. O dejar de hacerlo definitivamente. En todo caso, era ya tiempo.

           

Los estudios habían continuado brillantemente. Tan brillantemente que logró una beca para pasar el año siguiente en una institución hermana a la suya pero en España debido a algún convenio internacional de cooperación mutua. Mientras estudiaba, uno de esos tantos días en los que flotaba en los pasillos de la Universidad vio el poster dando noticia de la oportunidad. — ¿Por qué no?—se preguntó. Tomó nota de la dirección de correo en la palma de la mano izquierda, volvió al departamento, puso el curriculum vitae en orden actualizando algunos detalles, redactó una breve carta de presentación y envió todo el material por correo al día siguiente. Un mes más tarde resultaba ser seleccionado para pasar el año siguiente en Madrid. Sus estudios allí serían convalidados en Buenos Aires. No perdía nada. Continuó con las asignaturas que le quedaban hasta el final del semestre así como las costumbres diarias que ya estaban instaladas desde hacía rato. Visitó a la familia por un fin de semana en noviembre para despedirse (no le quedaba más tiempo para hacerlo con la excusa de los exámenes finales, preparativos para el viaje y no recuerdo cuantas otras razones entremezcladas). Ya en Buenos Aires terminó (o exterminó) los exámenes finales. Preparó la maleta el día anterior al vuelo. Fue tranquilo a Ezeiza en tren y ómnibus. Amaneció en unas horas en Barajas.

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