Mi libro favorito, aquel que ha
sido mi biblia personal desde la primera vez que lo leí, una especie de lectura
de lo que pasaría tiempo después es El Principito de Exupery. No voy a ahondar
mucho en el libro. Queda en ustedes buscarlo, leerlo, descubrirlo… o no. De
todas maneras, si llegan a tener en sus manos una copia, se darán cuenta casi
de inmediato que parece ser para niños, cuanto mucho, adolescentes. Sin
embargo, el las primeras paginas está el enigma resuelto. Para que las personas
grandes, los mayores, entiendan, hay que explicarles con números, teorías que
superficialmente parecen complicadas, y que aseguran solucionarán algún
problema importante (cuando saben, están seguros, que no harán diferencia
alguna).
Se han olvidado, o han dejado
muy atrás, aquello que sabían era realmente importante. Se han olvidado de
jugar, de reír, de sus madres, de sus padres, y del prójimo, y por sobre todo,
respetarse a si mismos. Y, ¿por qué? Por algo de dinero, alguna posición, o por
lo que dirán aquellas personas a quienes poco les interesa si sus vidas van o
vienen, están vivos o muertos, o en el medio. Es cierta esa frase que dice que
muchos compran cosas que no necesitan para impresionar a quienes no les
interesa en absoluto saber de ellas, con dinero que no tienen. Algo así como la
esfinge sin secreto de Wilde.
¿A dónde van a parar los sueños
que tenían cuando niños? ¿Es mejor que la serpiente los muerda, los pique
cuando aun son ingenuos? O ¿vale la pena hacerse grande y serio, generar mucho
más dinero del que necesitan o necesitarán jamás para luego pagar costosos
tratamientos y sistemas de salud e intentar recuperar un tiempo que ya nunca
será? Tan paradójico como cierto. Corriendo para atrapar el futuro, mirando
hacia atrás, sin vivir el ahora. ¿Quién? La mayoría de esa raza a la que
llamamos humanos.
Mamá y Papá me enseñaron, El
Principito lo hizo sencillo de entender e interiorizar, y Xuxa, de mostrar que
era posible ser un eterno niño con valores imperturbables, universales,
sencillos pero profundos, y seguir creciendo en lo externo. Ser un niño grande,
o un grande niño. Ver a través de las personas, tener la capacidad de ver con
los ojos del corazón, de ver lo invisible, de escuchar aquello que no se dice,
de desvelar las capas de la realidad virtual, aparente, hasta llegar a la
realidad real, de ser siendo, y no ser pareciendo.
Si nos detenemos un poco, un
segundo siquiera, parece que la película de Matrix es algo así como un espejo,
más que una metáfora del mundo en el que estamos inmersos hoy. La diferencia es
que en la película, los seres humanos han sido puestos en esa situación. En
nuestro caso, la alternativa y la elección está en nuestras manos. Vivir en
piloto automático o tomar el control depende única y exclusivamente de cada
uno, de cada despertar a lo esencial, a esa porción de nuestro ser que es
imperecedera, básica, inmemorial, eterna, todopoderosa, luz.
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