Tuesday 9 February 2016

Mi Primer Libro: El Principito

Mi libro favorito, aquel que ha sido mi biblia personal desde la primera vez que lo leí, una especie de lectura de lo que pasaría tiempo después es El Principito de Exupery. No voy a ahondar mucho en el libro. Queda en ustedes buscarlo, leerlo, descubrirlo… o no. De todas maneras, si llegan a tener en sus manos una copia, se darán cuenta casi de inmediato que parece ser para niños, cuanto mucho, adolescentes. Sin embargo, el las primeras paginas está el enigma resuelto. Para que las personas grandes, los mayores, entiendan, hay que explicarles con números, teorías que superficialmente parecen complicadas, y que aseguran solucionarán algún problema importante (cuando saben, están seguros, que no harán diferencia alguna).

Se han olvidado, o han dejado muy atrás, aquello que sabían era realmente importante. Se han olvidado de jugar, de reír, de sus madres, de sus padres, y del prójimo, y por sobre todo, respetarse a si mismos. Y, ¿por qué? Por algo de dinero, alguna posición, o por lo que dirán aquellas personas a quienes poco les interesa si sus vidas van o vienen, están vivos o muertos, o en el medio. Es cierta esa frase que dice que muchos compran cosas que no necesitan para impresionar a quienes no les interesa en absoluto saber de ellas, con dinero que no tienen. Algo así como la esfinge sin secreto de Wilde.

¿A dónde van a parar los sueños que tenían cuando niños? ¿Es mejor que la serpiente los muerda, los pique cuando aun son ingenuos? O ¿vale la pena hacerse grande y serio, generar mucho más dinero del que necesitan o necesitarán jamás para luego pagar costosos tratamientos y sistemas de salud e intentar recuperar un tiempo que ya nunca será? Tan paradójico como cierto. Corriendo para atrapar el futuro, mirando hacia atrás, sin vivir el ahora. ¿Quién? La mayoría de esa raza a la que llamamos humanos.

Mamá y Papá me enseñaron, El Principito lo hizo sencillo de entender e interiorizar, y Xuxa, de mostrar que era posible ser un eterno niño con valores imperturbables, universales, sencillos pero profundos, y seguir creciendo en lo externo. Ser un niño grande, o un grande niño. Ver a través de las personas, tener la capacidad de ver con los ojos del corazón, de ver lo invisible, de escuchar aquello que no se dice, de desvelar las capas de la realidad virtual, aparente, hasta llegar a la realidad real, de ser siendo, y no ser pareciendo.


Si nos detenemos un poco, un segundo siquiera, parece que la película de Matrix es algo así como un espejo, más que una metáfora del mundo en el que estamos inmersos hoy. La diferencia es que en la película, los seres humanos han sido puestos en esa situación. En nuestro caso, la alternativa y la elección está en nuestras manos. Vivir en piloto automático o tomar el control depende única y exclusivamente de cada uno, de cada despertar a lo esencial, a esa porción de nuestro ser que es imperecedera, básica, inmemorial, eterna, todopoderosa, luz.

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