Las primeras palabras que me
vienen cuando pienso en Papá: traje y corbata, honestidad, paciencia, pinta,
gallardo, seguro, picardía alegre, juvenil, presencia y prestancia, palabra.
Me ha enseñado rectitud y
honradez, y defender principios fundamentales aun a costa de pasarla mal,
bastante, muy mal. Él fue (y aun es) quien apoyó cada proyecto que tuve (tengo)
por más loco, estúpido, o ilusorio que pareciera al comienzo. Mamá también.
Pero Papá además siempre mostró (muestra) una fe ciega en mi determinación a
alcanzar algo, cualquier cosa o meta.
Desde que tengo memoria lo
recuerdo pelado o semi-pelado, con una aureola encima del cráneo y cabello
corto, fino, blanco. De ojos marrones, brillantes, que siempre inspiran calma,
tranquilidad, confianza; nariz importante tanto en ancho como en largo, y de
labios suaves, pequeños, con dientes perfectos en hileras simétricas; el rostro
todo es imagen de seguridad y serenidad. Las arrugas que hoy tiene pasados los
70 son las mismas que recuerdo de chico. Parece no haber envejecido. Solamente, luego del infarto, y después del
ataque de Mamá, lo he visto perder peso y mostrar pliegues. Pero semanas, meses
después de ambos incidentes, también lo he visto recuperar la lozanía de
décadas pasadas.
Si de Mamá las manos, de Papá la
mirada. Siempre ha sido de dar charlas largas, de ahondar en ideas hasta el
hartazgo. Con la edad he comprendido mejor que algunas ideas necesitan ser
suavemente explicadas para ser mejor digeridas. Él es un experto en esto. Antes
entendía esas charlas como un soporífero; hoy las reconozco como un arte detrás
de esas detenidas frases en detalles y contenido. Y sus ojos, inmutables.
Siempre seguro de lo que dice. Si no lo está, no lo demuestra en absoluto.
Inspira esa misma solemnidad y concretitud que no he visto más que en la
pantalla chica o en el cine. Siempre ha sido así, sólo que ahora soy yo quien
se da tiempo en saborear cada palabra, cada diálogo que tenemos. De una agudeza
y poder analítico que jamás he observado en otro individuo, he tenido la
suerte, junto con la intuición de Mamá, de hacerme de dos consejeros de vida
expertos en ver a través de las personas, las vicisitudes, y lo inesperado.
La vida no le ha sido fácil. De
una familia numerosa, eran en algún momento cuatro hermanos, cuatro hermanas,
el Padre y la Madre. Nació con dificultades motrices y hasta los cinco años de
edad no caminó−arrastraba los miembros inferiores logrando movilidad solamente
con ayuda de brazos y manos. Luego, un día, comenzó a caminar, y así sigue, de pie, de frente
ante el mundo. De allí en adelante se echo la familia (o le echaron) en la
espalda. Y los ha cargado desde entonces sin quejarse.
Historias, miles. Desde la
mudanza de la familia a Córdoba por el cáncer de pulmón del Padre, hasta la
abuela Toba de los Toldos, el servicio militar, conocer a Mamá, casi terminar
en Malvinas durante la guerra, vender huevos, ser empleado, y abogado luego,
hasta llegar a nosotros tres, literalmente las mil y una ha pasado y lo sigue
haciendo, esbelto, entero.
Aun oscuros seres como “el
Negro” y Marcela no pudieron tapar la luz que emite con tanta pudrición,
amenazas, agachadas que le arrojaron. Supo mantener a la familia toda
impecable, impoluta, inaccesible a tanta maldad. Y con eso he logrado
comprender y vivir que es un hecho: existen definitivamente individuos que no
tienen precio. Y otros que no entienden como estos primeros siquiera existen, e
intentan por todos los medios destruirlos, ensuciarlos, o arrastrarlos a su
circulo malévolo, infernal. ¡Aun más! Ha intentado incluso
ayudarlos, extenderle la mano y elevarlos a la luz. Nunca ha sentido rencor por
esos seres maquiavélicos.
Con un hijo secuestrado, tres
por secuestrar (cuando el secuestro no estaba de moda en Argentina, o en Latino
América), automóviles distintos cada día fuera de la casa vigilándonos,
llamadas telefónicas a cualquier hora intentando asustarnos, y así hacerle
perder el rumbo, siempre continuó, continua la senda recta.
¿Estoy orgulloso? Creo que es
más que evidente. ¿Exagero? En realidad, todo lo contrario. En unos cuantos párrafos
solamente asoman características y eventos muy superficialmente. Es
definitivamente de allí de donde me viene la convicción sólida, inamovible.
A mi Papá, Jorge Argentino
Núñez. Hoy. Ayer. Siempre.
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