¿Por dónde empezar a escribir la
historia de uno? ¿Y la historia familiar? ¿Cuántas generaciones atrás?
¿Mantenerlo en los integrantes principales y dejar ancestros y colaterales para
otro momento?
Nací un día de marzo. No
recuerdo si había sol, si hacía calor; de hecho, ¿quién recuerda el día de su
nacimiento? Mis primeros recuerdos son mucho más posteriores. Tendría ya unos
cinco o seis años, quizá. Algunas imágenes de situaciones o personas en el
barrio, en casa, en el jardín de infantes, y en Italia. No estoy seguro de si
les pasa a todos, pero algunas de esas imágenes pueden ser el producto de
escuchar a lo largo de los años la misma historia tantas veces. Son más bien
retazos de recuerdos. Jugar en la cocina-comedor de casa con una nena, la hija
de Benito, el albañil que vivía a la vuelta de casa, y una botita de plástico
que creo ella me había obsequiado en mi cumpleaños. Una botita, como decimos en
Argentina, de vaqueros, roja, con sombrerito verde o azul (se me escapa al
momento de escribir estas líneas el detalle), que en realidad era un vasito
para beber líquido con una especie de pajilla o popote incorporado, que a su
vez, se continuaba en el sombrerito. Me siento feliz jugando con ella. No
recuerdo su nombre, pero siempre, toda mi vida la he extrañado. ¿Sería ella mi
primer amiga? ¿Sería ella mi primer amor? Tampoco lo sé. Solamente sé que
siempre la he extrañado, aun hoy más de 30 años después.
Por esa misma época, o algo más
grande pero no mucho, voy con Papá a la vuelta de casa. Lo recuerdo vivamente.
Íbamos a la casa de Benítez (no Benito). Me había enamorado de la hija. Tampoco
recuerdo su nombre. Pero sí recuerdo que ella era mucho mayor. Yo, un mocoso de
cinco o seis años; ella, alta, gigante, debería tener 20 o treinta años (quizá
menos, quizá más). Lo cierto es que me veo hoy mirando hacia arriba por la
diferencia de estatura entre los dos. ¿A qué fui? A hablar con Benítez y a
decirle que quería “salir” con su hija, que me gustaba, o que estaba enamorado,
o algo así. El diálogo, discurso, se me ha perdido en la memoria. Su figura
alta, altísima, frente a mi, sigue como aquel día.
Del jardín de infantes son
definitivamente más retazos, pero muy pequeños. Un relojazo en la cabeza. Ese
me viene siempre primero. Sí, recuerdo ver un reloj, creo de plástico (¿era
amarillo? ¿o blanco?, ¿con algo de azul?) que termina incrustado en mi cabeza
de la mano de alguien. Recuerdo también que lloré. El ir al baño en grupo para
lavarnos las manos antes del té o del mate cocido (creo que era mate cocido) y
alguien alzando a Nano, un compañerito bajito (que me acompañaría también en
primaria y secundaria) porque no alcanzaba el chorro de agua (¿o se subía a un
banquito a manera de escalón? Se me mezclan ambas imágenes. Sucedieron ambas,
quizá.
Paula, la hija de Gracielita,
nuestra maestra de jardín de infantes… Allí continuaré la próxima!
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