Friday 20 November 2015

Mi Primer Libro: Primeros Pasos

¿Por dónde empezar a escribir la historia de uno? ¿Y la historia familiar? ¿Cuántas generaciones atrás? ¿Mantenerlo en los integrantes principales y dejar ancestros y colaterales para otro momento?

Nací un día de marzo. No recuerdo si había sol, si hacía calor; de hecho, ¿quién recuerda el día de su nacimiento? Mis primeros recuerdos son mucho más posteriores. Tendría ya unos cinco o seis años, quizá. Algunas imágenes de situaciones o personas en el barrio, en casa, en el jardín de infantes, y en Italia. No estoy seguro de si les pasa a todos, pero algunas de esas imágenes pueden ser el producto de escuchar a lo largo de los años la misma historia tantas veces. Son más bien retazos de recuerdos. Jugar en la cocina-comedor de casa con una nena, la hija de Benito, el albañil que vivía a la vuelta de casa, y una botita de plástico que creo ella me había obsequiado en mi cumpleaños. Una botita, como decimos en Argentina, de vaqueros, roja, con sombrerito verde o azul (se me escapa al momento de escribir estas líneas el detalle), que en realidad era un vasito para beber líquido con una especie de pajilla o popote incorporado, que a su vez, se continuaba en el sombrerito. Me siento feliz jugando con ella. No recuerdo su nombre, pero siempre, toda mi vida la he extrañado. ¿Sería ella mi primer amiga? ¿Sería ella mi primer amor? Tampoco lo sé. Solamente sé que siempre la he extrañado, aun hoy más de 30 años después.

Por esa misma época, o algo más grande pero no mucho, voy con Papá a la vuelta de casa. Lo recuerdo vivamente. Íbamos a la casa de Benítez (no Benito). Me había enamorado de la hija. Tampoco recuerdo su nombre. Pero sí recuerdo que ella era mucho mayor. Yo, un mocoso de cinco o seis años; ella, alta, gigante, debería tener 20 o treinta años (quizá menos, quizá más). Lo cierto es que me veo hoy mirando hacia arriba por la diferencia de estatura entre los dos. ¿A qué fui? A hablar con Benítez y a decirle que quería “salir” con su hija, que me gustaba, o que estaba enamorado, o algo así. El diálogo, discurso, se me ha perdido en la memoria. Su figura alta, altísima, frente a mi, sigue como aquel día.

Del jardín de infantes son definitivamente más retazos, pero muy pequeños. Un relojazo en la cabeza. Ese me viene siempre primero. Sí, recuerdo ver un reloj, creo de plástico (¿era amarillo? ¿o blanco?, ¿con algo de azul?) que termina incrustado en mi cabeza de la mano de alguien. Recuerdo también que lloré. El ir al baño en grupo para lavarnos las manos antes del té o del mate cocido (creo que era mate cocido) y alguien alzando a Nano, un compañerito bajito (que me acompañaría también en primaria y secundaria) porque no alcanzaba el chorro de agua (¿o se subía a un banquito a manera de escalón? Se me mezclan ambas imágenes. Sucedieron ambas, quizá.


Paula, la hija de Gracielita, nuestra maestra de jardín de infantes… Allí continuaré la próxima!

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