Wednesday 25 November 2015

Mi Primer Libro: La Púrpura

Algunos otros recuerdos de infancia que seguramente al momento de escribir estas líneas se me escapan. Pero el que más me ha quedado de esa época en el alma, y en la mente, es el de estar enfermo. Entre los cuatro y los cinco años, quizá, me vino la púrpura (correctamente, púrpura trombocitopénica). A grandes rasgos, es una enfermedad en la sangre, similar a la leucemia (al menos por aquel entonces me administraban medicación y tratamientos para leucémico) que ataca específicamente las plaquetas. Es rara en chicos y extremadamente rara en adultos. Como ataca las plaquetas, la coagulación se hace más lenta, y uno puede irse en sangre si se lastima (al menos eso me decían entonces y eso me ha quedado grabado a fuego). Para evitar moretones y cortaduras accidentales, dejé de ir al jardín de infantes (o no lo empecé). Con todo, antes o después de la enfermedad, creo que hice medio año solamente de los dos o tres que debería haber hecho por aquellos tiempos.

La púrpura me duró como un año ¿qué recuerdo de aquel año? Paredes de cristal que no son muros de la habitación. Recuerdo y me veo en una caja de vidrio, o en un cuarto. Puedo escuchar aun hoy las voces de otros chicos riendo. Están jugando, creo. Así pasaban mis días, quizá. Recostado en la cama de Mamá y Papá para que no me golpeara. Los chicos serían mis hermanos, imagino. Pero no puedo confirmarlo. No sé bien cuanto duró esa etapa, la de la cama. Sí la recuerdo como una sensación de eternidad, aun hoy, como un continuo devenir, como un  una sensación de moebius, si ex que eso acaso existe.

Tiempo después Papá me llevaba cada mañana de cada día a hacerme análisis. La aprensión a las agujas hipodérmicas me viene de ahí. Todos los días primero, luego más espaciadas las visitas, una vez por semana, una vez por mes, hasta que dejamos de ir. Extracción de sangre para analizar; después me pinchaban las yemas de los dedos  y el lóbulo de las orejas para estudiar la coagulación. Aun recuerdo (y a veces siento) los pinchazos que me vienen como relámpagos desde aquel tiempo.
Terminada la ceremonia diaria, semanal, o mensual, íbamos con Papá a una cafetería frente a los Tribunales donde él trabajaba. Almendra, que seguramente sigue en aquella misma esquina de La Plata. Nos sentábamos en el mismo lugar, un sillón de cuero a manera de esquinero, grande, amplio, y ahí mismo desayunaba (los análisis debían hacerse en ayunas). De ahí, Papá me llevaba (cuando el peligro mayor había pasado) de la mano al jardín de infantes. No recuerdo a mis hermanos en estas ceremonias.

Justamente por esta causa es que, como adelantara, en total habré hecho seis meses de jardín. Pienso que es por eso también que no tengo muchas memorias de esos tiempos. Es como un bloqueo grande,  una amnesia selectiva. Además de aquellos retazos a los que me referí antes, recuerdo muy poco. Algo que hasta el día en que escribo estas palabras me ha acompañado, e intuyo (o me explico a mi mismo) tiene que ver con no ir al jardín de infantes: solamente puedo reconocer colores básicos. Y es cierto. No me ha sido posible diferenciar en casi cuarenta años colores “complicados.” Y no es que sea daltónico, pues ver, los veo. Simplemente no sé que nombre va con que color.

Las imágenes se hacen mucho más claras, y en mayor cantidad vienen, luego de esa época; alrededor de mis siete años, quizá.

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