Primero fue un cuchicheo. Se abstrajo observándolo todo
en la habitación. Mas ahora, el tono de voz del padre aumentaba con cada frase.
Indudable, Pablo no tenía intención alguna de salir al encuentro. O al menos
eso parecía.
Al rato el padre sale por la misma puerta por la que había
desaparecido. Le comenta que Pablo ya llegaba, que había estado indispuesto o
algo así y que por eso se demoraba, que le pedía disculpas, y algunas
explicaciones más que sonaban a pretexto.
Recién en ese momento el padre se da cuenta que no había
ofrecido si quiera agua al invitado, quien hacía ya casi una hora estaba
sentado a la mesa esperando. Cuando por fin iba a hacer la pregunta, aparece
Pablo. Como si alguien le hubiera hecho un gesto o dicho algo, el padre saluda
a Daniel y sin más se despide, saliendo por la puerta de entrada.
Primero, silencio. Pablo dio unos pasos pero luego se quedó
inmóvil a la cabeza de la mesa, sin decir palabra. Daniel se incorporó. Había
imaginado este momento incontables veces. Lo había ensayado, modificado, y
vuelto a ensayar mentalmente. Ahora que estaba allí solamente atinó a
levantarse, dirigirse hacia Pablo y darle un beso en la mejilla como si se
hubieran visto el día anterior. Volvió a su lugar, se sentó. Pablo tomó asiento
también. Sin palabras aun.
Daniel inició la charla con preguntas generales y en
piloto automático, sin prestar atención alguna a las respuestas— ¿Cómo estás?, ¿Qué
es de tu vida?, ¿Cómo anda el trabajo?, y demás protocolo social. El otro,
apenas contestaba—bien, todo igual, algo lento con esta crisis. Acto seguido, Daniel
hizo un resumen de acontecimientos desde el día en que se conocieron hasta los últimos
eventos. A Pablo poco le interesó el relato. De hecho sólo pareció importarle
la mención de Madrid. Pasó por alto Buenos Aires, la Universidad, la situación familiar,
y todo el resto. Pero, cuando mencionó Madrid, se le abrieron los ojos y cambió
hasta la postura, se sentó erguido. — ¿Cómo es Madrid?, ¿Los españoles?, ¿Se
vive bien?, ¿Hay trabajo?, ¿Cómo es la noche madrileña?, ¿Se liga?
A Daniel le resultó extraño. Sintió algo
definitivamente raro, pero no entendió porque en ese momento. Lo haría tiempo después.
Ahora, como parecía ser el único tema de conversación que despertó el interés del
interlocutor, procedió a dar detallada cuenta de cuanta información le era
requerida. Tanto fue el interés por las salidas nocturnas, fiestas privadas, y demás
experiencias con otros que tuvieran que ver con lo sexual y el places que
Daniel comenzó a sentirse incómodo y, a la vez, sin respuestas. Si bien su
experiencia era basta, no lo era tanto, y tampoco le interesaba dar cuenta de
ella. No había participado de eventos así, y de hecho, ni siquiera había
pensado acerca de la mayoría. Tampoco se hubiera imaginado hacerlo, no por
desconocimiento o temor, sino porque no le interesaba ese estilo de vida.
Cambió de tema abruptamente. El otro intentó seguir
con el interrogatorio pero se encontró con un muro, monosílabos o pretendido
desconocimiento acerca del tema. La conversación se estancó nuevamente. Daniel sentía
sobrar allí. No por incomodidad o no ser bienvenido. No era ese su lugar. Cada partícula
del ser se lo estaba diciendo, gritando. Se incorporó, preguntó la hora, y sin
escucharlo, dijo que era tarde, que tenía que volver a la estación a tomar el
tren de vuelta a Constitución.
Pablo, como salido de un trance, se perturbó algo por
el cambio de dirección. Estaba acostumbrado a guiar, marcar la dirección, y no entendió
bien esa falta de cooperación. Ofreció acompañarlo hasta la estación primero, y
luego de la negativa de Daniel a la oferta, insistió enérgicamente— ¡es lo
menos que puedo hacer después de tantas molestias que te has tomado!—Daniel asintió
con la cabeza pero no pensaba. Ya tenía la mano en el picaporte de la puerta de
entrada y estaba listo a emprender la vuelta. En su interior había terminado la
página, la había dado vuelta, y se había encontrado sin esperarlo con el final
del capítulo.
La próxima media hora la pasarían caminando y esperando
el tren, sin mucho intercambio de palabras. Daniel no tenía deseos de continuar
hablando. Sentía que cada frase era un esfuerzo, y con cada una se cansaba. Pablo
mostraba seguir interesado pero solamente en un tema: cómo llegar a Madrid y
establecerse allí y, de ser posible, trabajar en la noche. Daniel ya no
escuchaba. La voz del otro pasó a mezclarse con el sonido ambiente. Primero, impaciente
por la llegada del tren. Luego, abandonado en su cuerpo, con una sensación de
calma que no había sentido hace tiempo y que, sin embargo, era la primera vez
en que le era evidente. El interlocutor estaba físicamente a su lado pero podría
haber sido cualquier otra persona en cualquier otro lugar. Estaba más allá. No
se esforzaba en ignorarlo, le era indiferente en lo absoluto. Tampoco era asco
lo que le producía, ni lástima, ni rechazo. Era nada. Llegó a preguntarse
asimismo qué hacía allí, quién era ese a su lado que le estaba hablando, que movía
los labios y le dirigía la mirada.
El tren llegó puntual. De tres pasos, Daniel se acercó
a uno de los vagones y tomó el estribo para subir. Sintió una mano en el hombro
derecho que le impidió hacerlo. Era Pablo. Comprendió que había sido acompañado
a la estación. Recién en ese momento entendió que estaba en Ezpeleta. Reconoció
al que estaba frente suyo mirándolo. Lo sobrevino una sensación de profunda
incomodidad. El otro se le abalanzó para abrazarlo y despedirse. Daniel se hizo
a un costado y extendió el brazo para darle la mano. Pablo, perplejo, estiró el
brazo también. Se saludaron como dos colegas despidiéndose al terminar una reunión
de negocios. Daniel le dio la espalda, tomó el estribo, y en tres o cuatro
trancos, desapareció en el vagón. El tren comenzó a moverse lento. Una, dos,
tres pitadas. Pablo quedó parado, inmóvil, hasta que el tren se desdibujó a la
distancia.
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